viernes, 16 de septiembre de 2011

Kera.

En mis grandes aventuras, desde aquellas ínfimas cotidianidades pasando por los logros terrenales y llegando al fin a la culminación de mis fantasías, jamás creí verme tan pequeño, insignificante,  hermosamente lleno. Fue una noche de Julio o algo así, en verdad su aparición se asemejaba más a un sueño. Me encontraba sentado intentando liberar mi mente con unos pequeños acordes de guitarra mientras me sumergía en la cofradía de una buena charla acompañada de café. En medio de la noche, de esa noche estrellada, ella llegó con paso ligero y una sonrisa que ingrávida recordaré por el resto de mi existencia. Dudando aún si le conocía o no, empujado por una fuerza mayor a mí quería hablarle, pero; como contraposición a mis impulsos, mi razonamiento no me lo permitió.

Y así la vi partir…

Un suspiro celestial pensé, esas extrañas visiones que suponemos sólo aparecen para virtual enseñarnos a creer en un mundo metafísico. Decidí no seguir soñando, embriagarme en la rutina y olvidar cualquier vestigio de emoción, días agitados, noches de cansancio, todo junto almacenado en jornadas necesarias. No añoramos lo que jamás  creemos hemos de tener, pero a la noche siguiente regresó; en sueños, canciones, visiones o yo qué sé. Regresó y no lo creía, volvió de nuevo vistiendo aquella sonrisa de tranquilidad y esperanza, una pincelada de esperanza.

Soñaba despierto mientras ella me hablaba, un saludo cortés, un tal vez risueño, una taza de café. Una taza de café y la epifanía de encontrar en  aquella persona quien gobernase  en mis realidades con voz dulce, sabiduría pulcra y amor verdadero.