viernes, 29 de abril de 2011

La muerte

La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.
-¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha.
-Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.
-Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!
-No, no tengo miedo.
-¿Y si levantaras a alguien que te atraca?
-No tengo miedo.
-¿Y si te matan?
-No tengo miedo.
-¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e.
La automovilista sonrió misteriosamente.
En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.

Enrique Anderson Imbert

Un pequeño tributo-recuerdo, gracias E.A.I.

miércoles, 27 de abril de 2011

Las agujas de Alpha

…treintaidós puntadas y eso es todo- recitó Alpha al terminar de escoger el tamaño del nuevo saco que tejía para Vilho, tal y como se lo enseñó su madre. Que mejor que una acogedora tarde de invierno al calor de la chimenea para albergar tal empresa.

En las casas aledañas las personas encendían las luces de sus casas con un simple conjuro y lavaban los trastos con uno un poco más complejo, pero el noble arte de tejer jamás podría ser reemplazada por un sortilegio, pues entre puntada y puntada se anida el esfuerzo y el cariño de quien se destina horas para lograr una linda prenda.

El movimiento de las agujas es un sonido en el recuerdo de los inviernos, ningún sortilegio podría reemplazar tal enternecedora imagen de quienes dedican su tiempo a dar abrigo a quienes más quieren.

martes, 26 de abril de 2011

Sucede que me canso de ser hombre-

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.
Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.

Pablo Neruda.

lunes, 25 de abril de 2011

Dejar la pendejada.

I want to die free…

Se repetía constantemente  Rogelio, el único conejo emo en toda la comarca, mas cualquier intento por expresar su carácter – por así definir todas las cosas que los medios le invitaban a imitar-  era repudiado y ultrajado por la comunidad de conejos.

Nadie le entendía, ningún otro conejo podía si quiera comprender las injusticias e improperios  que el destino esgrimía contra él. Estaba solo, realmente solo. Una mañana, en la segunda semana de Abril, a la conejera llegaron de visita unos primos distantes, la Familia Smith, entre ellos venía Maya Soñadora, quien con su pequeño afro y caderas marrones –como las praderas de su tierra natal- despertaba el color y el amor en los corazones agobiados por el frío.

Maya no demoró en notar la presencia abrumada de Rogelio. ¿Cómo un conejo de tan blanco pelaje puede sentirse triste? –se preguntaba ella todo el tiempo- Sin importarle sus respuestas monosilábicas o los temas sobre zanahorias que no son sembradas para él, empezó a entablar una charla diaria con Rogelio mechones caídos –tal cual el conocían en la comarca-

Rogelio lentamente se empezó a enamorar de Maya, quien sin mostrar condolencia o irrespeto le ayudó a redescubrirse. Juntos comenzaron  a pasear por las llanuras cercanas robando  hortalizas que los humanos gustosos les facilitaban, juntos descubrieron un tierno y apasionado romance. Así, cuando Rogelio abandonó  la tonta idea de ser emo todas las familias allí reunidas empezaron la mayor festividad de los tiempos remotos, estaban felices porque Rogelio “dejó la pendejada”.

All you need is carrot, all you need is carrot…♪♫♪

Cantaban todos juntos.

sábado, 16 de abril de 2011

La Espera, parte I

Las gotas de rocío brillan majestuosas sobre el césped del parque principal, milagro que presencias cada mañana al abrir las cortinas de tú cuarto, cuando permites que tus rizos al sol iluminen el rostro de tu madre, quien con amorosa mirada, te espera desde el marco de la puerta para darte el beso de buenos días.

En esos días el más esperado regalo era la llegada de las vacaciones, que te permitiría dormir hasta tarde y te invitaría a salir a jugar con tus amigos en el jardín.

Las mañanas heladas no se comparaban en nada con la salida del sol como despertador, pero es hora, el colegio aguarda, y en faldas hasta las rodillas debes ir a estudiar, despidiéndote de tu madre y padre al terminar el desayuno.

En esos días el más esperado regalo era el encuentro con tus amigos en el colegio, y tramar con ellos los más divertidos encuentros; ir a cine, ir a nadar, ir a caminar.

Los rayos de luz han vuelto a despertarte, pero ya no hay rocío sobre el césped del parque principal, ya no hay parque porque no te encuentras en el mismo lugar. Otra vez salir a estudiar, sin madre que te espere en el marco de la puerta y sin padre que se despida de ti al terminar el desayuno, debes ir a estudiar, quieres ir a estudiar.

En esos días el más esperado regalo era recibir preciada educación para ayudar a un futuro mejor para ti, para tus amigos, tus vecinos y tus hijos.

Las mañanas heladas han vuelto, pero ahora su cálido cuerpo te abriga a tu lado, él ha estado durmiendo contigo dos años atrás, y en ese lugar el cual mantienen con un empleo modesto han decidido comenzar una familia, ya les han hecho ofertas de una mejor paga y el lugar en el que siempre han anhelado vivir se hace más nítido con el paso del tiempo.

En esos días el más esperado regalo es el lograr obtener el lugar en el cual edificar tú familia, su familia, la familia de ustedes.

Los rayos de luz que se asoman por la ventana de tu pequeño apartamento serían una bendición, si no siguieras allí, si te hubieran dado lo que te prometieron, lo que tanto anhelabas. Pero con su llegada no solo tus sueños se desmoronaron, también los de tus amigos, tus vecinos y tus hijos que no han nacido aun. Ahora trabajas todo el día porque ellos te obligaron a escoger, entre poder comer y tener un techo o sufrir todo el peso de su ley.

En esos días el más esperado regalo es su partida, o un rayo de luz verdadero que los ayude a negarse a sus dictatoriales demandas.

Las mañanas nunca han sido tan heladas, su cuerpo cálido junto al tuyo es lo más preciado que tienes en ese momento, lo que les han permitido conservar en el cuarto al que redujeron el pequeño apartamento, junto con su cama, una pequeña cocineta, un sillón y una mesita. En las paredes escondiste todos tus libros, o ellos se los habrían llevado también.

En esos días el más esperado regalo es su muerte, es lo que les deseas después de que ellos se la dieran a tantos amigos y vecinos que se opusieron firmemente a sus demandas.

jueves, 14 de abril de 2011

Amaneceres Rojos.

Pocos recuerdan aquella lejana tarde de Abril cuando las cebras cansadas de ser presas de numerosos leones se levantaron en revolución. Todo empezó cuando Ralph –el León más viejo- decidió hacer un banquete en honor a sus catorce esposas. Durante la primera semana de ese mes las cebras fueron cazadas sin misericordia, su sangre tiñó de rojo el hambriento y árido terreno.

Ya en Marzo, las cebras sobrevivientes decidieron que aquello de “comer sin descanso” debería terminar, sobre el terreno en el cual fueron despresadas sus hermanas hicieron un juramento de lealtad y compañía. Así, cada vez que una cebra era cazada las otras corrían a auxiliarle.  Feroces batallas se realizaron en aquella estepa, a tal punto que la sangre regada y secada por el sol, ascendió entre las nubes como un recuerdo perpetuo de aquellos héroes que se enfrentaron a tiranos Leones en tiempos de antaño.

Por eso  la mañana es roja en África, para nunca olvidar a los mártires…

Lukas Löwen

miércoles, 13 de abril de 2011

El deseo del final de jornada

La jornada había terminado con la caída de la tarde, y el dulce aroma de los árboles llenaban las calles conforme el viento les quitaba unas cuantas flores, el mismo viento que al pasar por entre el pelo de ella tomaba prestado un poco de su olor, y entre una y otra cosa, mezcló un ineludible anzuelo para él.

Él, quien también había terminado jornada, caminaba descalzo por entre las callejuelas empedradas que aún conservaban el calor del día, con el peso del trabajo diario sobre los hombros, no permitía que los contratiempos le quitaran la serenidad en la que lo envolvía la tarde, serenidad que poco a poco se transformaba en anhelo y posteriormente en deseo.

Deseo al acercarse a casa y percibir a metros de distancia la llegada de su amada desde la otra dirección, deseo al infiltrar por entre los muros miradas furtivas que presencien el maravilloso evento del movimiento de su falda sobre sus piernas morenas por el verano.

lunes, 11 de abril de 2011

Superniño.

Se puso lentamente las botas rojas, con sumo cuidado empezó a desplazar la sudadera azul hasta que ésta reposara dentro de las mismas; luego, se amarró la capa roja y se puso unos interiores rojos con amarillo. Antes de salir buscó en el armario un viejo bordado hecho por su madre.




Feliz lo contempló y pegó a su pecho con cinta.

La tarde terminaba y en aquella finca era hora de guardar el ganado, un pequeño hato se encontraba pastando atrás de la colina, con su traje puesto decidió ayudar a su padre a traer las vacas.

Ormie salió de la casa con sus manos extendidas al sol, gritando y sonriendo, sintiendo el viento en su juvenil rostro, su padre –de patillas largas y amante de la música de los sesentas- al ver a su hijo correr soñando con volar, lo tomó por el pecho para alzarlo sobre sus hombros; muy, muy alto, Ormie sentía que volaba. Juntos –padre e hijo- como verdaderos héroes se encargaron de las labores agropecuarias del día.

La mayor recompensa para su padre es ver el espíritu libre de Ormie jugando y creciendo, en cambio,  para su hijo las galletas recién horneadas preparadas por su mamá. 

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ - LOS BEATLES


Así es: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. Yo no olvidare aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Angel, donde apenas si teníamos donde sentarnos, había solo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles.

Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres; “Help, I need somebody”. Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach, Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bosart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla a favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es oiseau de malheur, es decir,
pájaro de mal agüero.

En cambio, me empeñe, desde entonces, en incluir a los Beatles. Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un critico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: “Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida”. Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a maquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen.
(....)

Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con mas de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quien soy, ni que carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambio entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inicio la liberación del sexo y otras drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres e hijos, el principio de un nuevo dialogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos.

16 de Diciembre de 1980
(Extractado de Notas de prensa 1980 – 1984)

sábado, 9 de abril de 2011

Decisiones.

Romier terminó de subir a raudos pasos por la loma, su corazón excitado prometía abandonar aquel cálido  pecho, un dolor agudo atravesaba su torso. ¡Por fin arriba!  Una suave brisa le devolvió el aire a sus pulmones, una vez en lo alto giró su cabeza y con tristeza contempló la columna de humo y cenizas que se elevaba sobre el Bosque Luna.

Como una ráfaga frente a sus ojos se presentaron las escenas de la batalla difícilmente ganada, vio al planodeudo arremeter con furia sumiendo todo en una angustiosa oscuridad, recordó como en su corazón era  la bondad de su diosa la que le brindó valor suficiente  para continuar, remembró la suerte y la táctica, la bondad y la fe.

Se sintió libre en aquella pequeña isla que se alzaba débilmente sobre algunas nubes, mas ese síntoma de gozo desteñía lágrimas y muertes. El bosque Luna ardía copiosamente, las llamas devoraban todo a su paso y aquel exhausto montaraz vivía la agónica gloria de liberar el mundo de un demonio más a cambio de aquel único lugar al cual podía llamar hogar. 

Como la lluvia a los esclavos

Los vidrios de la calle se sacudían por las gruesas gotas de agua que emanaba el cielo, en esa tarde no había quien se escapara de llegar a casa con la ropa goteando y quienes estaban dentro de los muros ya se habían abrigado al lado de sus seres queridos.

Pero Ava se sacudía tanto como los vidrios de la calle y sus ropas ya no podían aguantar una gota más de agua, en casa…

casa.

No había casa desde hacía mucho tiempo, ni para ella ni para muchos hoy en día, ellos llegaron y se apoderaron de sus casas, de sus abrigos, de sus bosques, de sus ríos; separaron sus familias y los obligaron a trabajar por comida, cual si fueran esclavos.

Ava salió del trabajo esa tarde a las cinco, catorce horas de trabajo diario ya relucían en su pelo y en su piel, pero sus ojos abstraídos eran la mejor síntesis de su día a día. En la residencia, los sucios cuartos en los que se resguardaban los rezagos de familias que quedaban intentaban salvar a sus miembros más vulnerables de una incurable neumonía, y en el suyo, Ava esperaba a su esposo, quien había decidido trabajar hasta las ocho de la noche ese día, solo para poder comprar un pedazo de carne ese mes.

Sus azuladas manos la abrazaron sobre la ropa apenas llegó, y mientras se desvestía con la intención de tomar algo de su calor, que ella, muy amorosamente le compartía, le repetía al oído una y otra vez, que pronto saldrían de allí.

martes, 5 de abril de 2011

El Indestructible.

Algunos de los cambios más espectaculares que hemos presenciado en este siglo tienen que ver con los vehículos para el entretenimiento de los seres humanos. De las pianolas se pasó a los gramófonos; del vodevil al cine; de la radio a la televisión. A las películas se les añadió sonido; a la radio, imágenes; y a ambas, el color. Y nadie duda de que podemos ir más lejos.

Con el láser y la holografía podemos producir imágenes tridimensionales de mayor definición que la que puede ofrecer cualquier fotografía corriente. Las modernas técnicas de grabación en cinta nos permiten editar videocasetes sobre cualquier tema, de modo que el cliente puede reproducir en cualquier momento lo que le apetezca en su propio televisor.

Cada nuevo invento desplaza a los antiguos en la medida en que el público acude a aquella técnica que le da más. El cine mató al vodevil, la televisión al radio y el color al blanco y negro. Las tres dimensiones acabarán sin duda con la bidimensionalidad, y los casetes puede que maten a la televisión de masas. ¿Cuál es la tendencia general? ¿A qué se llegará en último término?

En cierta ocasión asistí a una exhibición de casetes de televisión y me saltó a la vista lo voluminoso y caro que era el equipo auxiliar necesario para decodificar la cinta, llevar el sonido hasta los altavoces y proyectar la imagen sobre la pantalla. No hay duda de que las mejoras vendrán por el lado de la miniaturización y de la mayor complejidad, que es el mismo proceso que en años recientes nos ha proporcionado radios, cámaras, computadores y satélites más pequeños y compactos. Es posible que el equipo auxiliar disminuya de tamaño y desaparezca. La casete se convertirá en un objeto autónomo que contenga la cinta y todos los mecanismos necesarios para producir el sonido y la imagen. La miniaturización hará que aquélla sea cada vez más manejable y ligera, casi hasta poderla llevar bajo el brazo. Y su funcionamiento requerirá también cada vez menos energía, llegando a no consumir prácticamente ninguna.

Una casete ordinaria produce sonidos y proyecta luz, porque ese es precisamente su propósito. Pero ¿por qué invadir la esfera de otras personas ajenas a ellos? La casete ideal sería visible y audible para la persona que la está utilizando, y para nadie más. Las que hoy existen necesitan una serie de mandos: un botón de encendido y apagado y otros para regular el color, el volumen, el brillo, el contraste… La dirección del cambio será hacia una simplificación de los controles. En último término habrá un solo botón…, o ninguno.

Cabría imaginar una casete que estuviese siempre perfectamente ajustada; que empezara a funcionar en cuanto uno la mirara; que se parara en cuanto uno dejara de mirarla; que pudiera avanzar o retroceder deprisa o despacio, a saltos o con repeticiones, a placer del usuario. Qué duda cabe que ése es el aparato de nuestros sueños: una casete que puede contener información sobre infinitos temas; que es autónoma, manejable, parsimoniosa en el consumo de energía, perfectamente privada y sometida en gran medida al control de la voluntad. ¿Será sólo un sueño? ¿Tendremos algún día una casete así? La respuesta es un sí rotundo. No es que la vayamos a tener algún día, es que la tenemos ya; para ser más exactos: existe desde hace siglos. El ideal que he descrito es la palabra impresa: el libro, la revista, un objeto ligero, privado y manipulable a voluntad.

¿Piensa usted que el libro, a diferencia de la casete, no produce sonido e imágenes? Pues se equivoca.

Es imposible leer sin oír las palabras en la mente y sin ver las imágenes que producen. Y con la ventaja de que son sonidos e imágenes propios, no inventados por otros. Las imágenes y el sonido que ofrecen todos los demás medios de entretenimiento son “congelados”, y tienen un nivel de detalle que mejora con el avance de la tecnología. El resultado es que los medios exigen cada vez menos del usuario. Incluso se insertan cuñas musicales y risas pregrabadas para felicitar determinadas emociones en el cliente sin esfuerzo de su parte. La persona a quien le cuesta leer (y a la mayoría le cuesta) recurrirá a estos productos “congelados”, y seguirá siendo un espectador pasivo.

La palabra impresa, por el contrario, presenta un mínimo de información. Todo lo demás tiene que ponerlo el lector: la entonación de las palabras, la expresión de los rostros, la acción y el escenario han de ser extraídos de estas sartas de símbolos en blanco y negro. El libro es una empresa compartida entre el escritor y el lector, como ninguna otra forma de comunicación puede serlo.

Si usted pertenece a esa pequeña y afortunada minoría para quienes la lectura es fácil y agradable, el libro, en cualquiera de sus manifestaciones, le será irreemplazable e indestructible, porque exige participación. Por agradable que sea el papel de espectador, participar siempre es mejor.

El precio de los contratos.

Los calurosos veranos le traen recuerdos de sudor en la piel de marfil que se enciende cuando el rayo de luz la toca por entre las cortinas. Allí esta Millie, recostada sobre las sábanas blancas durmiendo a pleno día pues el calor le impide mantenerse en pie.

Gregg abre los ojos en medio de ruidos, música estridente y risas provenientes del alcohol, se ha quedado pasmado en la canción que noche tras noche pide en el bar, a pocas cuadras de su apartamento. Han pasado meses y años desde que Millie tuvo que irse de allí, Gregg había prometido seguirla en cuanto terminara de ordenar sus asuntos, pero tan graves éstos eran que lo habían mantenido atado a la pata de su cama por dos años y siete meses.

Millie se fue una mañana de invierno, se llevó todo lo suyo con ella, su ropa, sus libros; pero su aroma fue algo que permaneció en la habitación por siempre, así como el olor a frambuesas que despedían sus manos en las noches, o la sonrisa que encontraba Gregg cada mañana a su lado.

A punto de sangre y sudor, más literal que figurativamente, Gregg se ganó su libertad, y tal eran las ínfulas de dictador de su carcelero, que ni un contrato que le permitía marcharse una vez culminados sus trabajos le concedió la libertad a aquel hombre. Pero Gregg se había vuelto fuerte con los años, ni los látigos de las tareas adjuntas a las misiones principales, ni los miles de millones de ramificaciones en cada problema que logra resolver, le impiden tomar camino una vez entregado el último caso.

Gregg es una persona plena, tal y como se manifiesta así mismo cada noche durante los cuatro minutos que dura su canción y se pierde en sus interminables fantasías por su amor. Ahora su plenitud viene de más en el fondo, ahora está despierto, y sueña al ver las nubes extenderse por la planicie, con que pasen las ocho horas de vuelo para así llegar a esas sábanas blancas que resguardan a la dulce Millie mientras duerme, y poder presenciar a la mañana siguiente, el milagro de su sonrisa.

sábado, 2 de abril de 2011

Ambrosía.

Primero la mantequilla y el azúcar.

Con sus delicadas manos abrazaba la mezcla, al hacer presión ésta se deslizaba entre sus dedos una y otra vez, mientras el tiempo corría y el ritual continuaba, su piel empezó a sentir como crecía aquella masa  tornándose esponjosa.

Segundo la harina y los huevos.

Lentamente e intercalándolos, batiendo siempre en una única dirección, la masa crecía y se hacía más viscosa, sin embargo –y con satisfacción-,  los años en ésa noble labor le brindaron brazos fuertes y una paciencia envidiable. Mezclaba sin descanso mientras entonaba melodías suaves; ingrávidas notas se paseaban desde sus labios hasta la dulce corteza que batía con entusiasmo.

Tercero la leche o algo así.

Aparte mezcló hasta homogenizar un poco de natas, fresas, moras miel, leche y queso. Tomó aquel líquido e incorporándolo a la mezcla anterior se dedicó a batir. Nuevamente la sinfonía de olores se elevaba majestuosa llenando la cocina con una dulce paz.

Cuarto Hornear.

A fuego lento y sin afán; para que aquella mezcla creciera con amor y dedicación.

…Luego de servirla y adornarla con los matices rojos propios de aquellos virginales bosques, la dejó reposando sobre la mesa de madera. Poco tiempo transcurrió cuando Áine y su padre atravesaron el umbral de la casa, sus ropas desnudaban el cansancio propio de la jornada, mas aquella sublime sorpresa les devolvió la alegría a sus rostros,  viéndose por fin en familia, abrazados por el calor del hogar, entendieron que todo estaría bien. Y así juntos olvidaron la palabra temor.

viernes, 1 de abril de 2011

El nacimiento del espíritu de Ormasth, parte II.

Acto seguido, el cadáver de Manninder se desangraba ante sus manos, que empuñaban el cuchillo que estaba destinado a terminar su propia vida. Ormasth decidió salir de allí y tomar camino hacia las praderas. Por el sendero que tenía a la vista desde los árboles por los que transitaba, diviso una pequeña cabaña. Supuso que algún campesino le daría algo de comer y un poco de paja para dormir en las afueras de su cabaña a cambio de algo de trabajo en la mañana. Por lo que tocó de la humilde cabaña.

Lo recibió quien parecía ser el padre de una numerosa familia, le dio pan, queso y un poco de leche a cambio de que Ronier, nombre que Ormasth usó en honor a su hermano asesinado por los barbaros, le ayudara con los cultivos al día siguiente. Tomó algo de paja y se recostó entre los árboles a unos metros de la cabaña. Aquel señor dueño de la cabaña, al cerciorarse de que Ronier se había quedado dormido, mando a uno de sus hijos al cuartel de los bárbaros para que éstos le dieran una recompensa por el fugitivo. El olor que emanaba Ormasth, su raída ropa, así como las llagas en sus manos y en sus pies dejaban al descubierto su procedencia.

Antes de que el sol saliera por las montañas Ormasth fue despertado por las espadas desenvainadas que corrían hacía él en manos de los mismos bárbaros que habían acabado con los suyos y ahora iban tras él. Ormasth los recibió con el mismo cuchillo con el que ellos pretendieron obtener su cabeza y uno por uno les dio muerte haciendo gala de las habilidades bélicas que le había heredado y enseñado su padre poco antes de su muerte. Fueron muchos, pero Ormasth, alimentado por su rabia y coraje no dejo rastro. Busco entre las cabezas corroídas por la sangre el rostro de quien asesino a su madre frente a él, quien parecía haber sido el líder de aquella misión, pero no le encontró.

Ya en la pequeña cabaña dónde vivían los delatores de su paradero, entró espada en mano dispuesto a asesinar al padre. Pero al verle protegiendo a sus numerosos hijos, le recordó su padre muerto. Salió de aquella cabaña jurando no volver a confiar en los extraños, aun cuando estos le muestren amabilidad como carta de presentación.

Tomo el mejor caballo que encontró entre las pertenencias de los barbaros, y se dirigió hacia el éste, en busca de reflexión y educación.

El nacimiento del espíritu de Ormasth

El sonido de los cascos de caballo contra la arena de rio le trae nefastos recuerdos al pequeño Ormasth, no hace mucho que los barbaros masacraron a su gente y se lo llevaron con él a las vastas colinas del norte. Su perspectiva no era muy buena, debía hacerse de la fuerza necesaria para poder escapar de aquel lugar y vengar a los suyos, pero por mucho tiempo no encontró un solo rayo de esperanza que le amparase en el desgarrador frio de su celda.

Al crecer, Ormasth, esclavo ganado en las tribus del sur, fue trasladado a una celda más grande, junto a otros esclavos que, como él, habían perdido toda esperanza. Se apoderó de un rincón al que caía la luz de las estrellas que cambiaban de forma con el pasar de los días, y entre sueños y visiones, le mostraron que muy dentro de él, todavía existía el poderoso guerrero que su padre le relataba que se convertiría, cuando era muy pequeño y aún no podía ni pronunciar palabra.Fue el manto nocturno el que le llevó a un recorrido cósmico entre las leyendas de sus antepasados, alguien allá arriba tenía una fuerte fe por el muchacho.

Pero las oportunidades para escapar eran pocas y aún más eran las de vengar la sangre de su familia. Una noche de junio, creía el por el orden de las estrellas, llegó a la celda un joven esclavo de una tierra similar a la suya. El nuevo compañero de celda se hacía llamar Manninder, y juntos armaron un plan para salir de aquel lugar. El momento adecuado llegó, y ambos muchachos se encontraron a varias millas del campamento opresor de los bárbaros.

Llegaron a un pequeño pueblo y encontraron una cueva que les serviría de refugio durante esa noche, al menos. Ormasth salió en la noche y se internó en el bosque para realizar un pequeño ritual en agradecimiento a las estrellas por su iluminación en esos tiempos difíciles, al regresar a la cueva, escuchó la voz de otros, que charlaban en forma altiva con Manninder. Por lo que escuchó le estaban ofreciendo un trato

-¡Su libertad a cambio de la vida de su compañero, fugitivo! – le gritó el barbaro a Manninder – Deberá traerme su cabeza mañana antes del amanecer, le daremos a cambio su libertad y una moneda de Oro.

-Vamos, no puede ser tan ingenuo de pensar que después de eso lo dejaran con vida a él también, más aun de creer que le darán recompensa en metálico – pensó Ormasth escondido tras un grueso tronco de roble.

-Ddde acuerdddo – musito Manninder al barbaro – tendrá su cabeza para el amanecer.

Ormasth aún no podía creer que aquel que había considerado su compañero en la venganza se doblegara ante los asesinos de su propia familia y prometiera su cabeza. Pero algo de esperanza por la fidelidad de Manninder quedaba dentro de él, por lo que decidió entrar a la cueva con normalidad pero mucha precaución. Ormasth se dispuso a extender algo de paja que encontró en el camino para no tener que dormir sobre el suelo húmedo y rocoso de la cueva, cuando sintió que un cuchillo se acercaba por su espalda.