Se puso lentamente las botas rojas, con sumo cuidado empezó a desplazar la sudadera azul hasta que ésta reposara dentro de las mismas; luego, se amarró la capa roja y se puso unos interiores rojos con amarillo. Antes de salir buscó en el armario un viejo bordado hecho por su madre.
Feliz lo contempló y pegó a su pecho con cinta.
La tarde terminaba y en aquella finca era hora de guardar el ganado, un pequeño hato se encontraba pastando atrás de la colina, con su traje puesto decidió ayudar a su padre a traer las vacas.
Ormie salió de la casa con sus manos extendidas al sol, gritando y sonriendo, sintiendo el viento en su juvenil rostro, su padre –de patillas largas y amante de la música de los sesentas- al ver a su hijo correr soñando con volar, lo tomó por el pecho para alzarlo sobre sus hombros; muy, muy alto, Ormie sentía que volaba. Juntos –padre e hijo- como verdaderos héroes se encargaron de las labores agropecuarias del día.
La mayor recompensa para su padre es ver el espíritu libre de Ormie jugando y creciendo, en cambio, para su hijo las galletas recién horneadas preparadas por su mamá.
La superinocencia de los niños los hacen los heroes del día y como mayor recompensa un dedicado cariño.
ResponderEliminarEs la Super-dulzura innata en ellos.
ResponderEliminarDefinitivamente la inocencia de los niños no tiene limites, que bueno es soñar!!! Ojala siempre lo hicieramos.
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