Acto seguido, el cadáver de Manninder se desangraba ante sus manos, que empuñaban el cuchillo que estaba destinado a terminar su propia vida. Ormasth decidió salir de allí y tomar camino hacia las praderas. Por el sendero que tenía a la vista desde los árboles por los que transitaba, diviso una pequeña cabaña. Supuso que algún campesino le daría algo de comer y un poco de paja para dormir en las afueras de su cabaña a cambio de algo de trabajo en la mañana. Por lo que tocó de la humilde cabaña.
Lo recibió quien parecía ser el padre de una numerosa familia, le dio pan, queso y un poco de leche a cambio de que Ronier, nombre que Ormasth usó en honor a su hermano asesinado por los barbaros, le ayudara con los cultivos al día siguiente. Tomó algo de paja y se recostó entre los árboles a unos metros de la cabaña. Aquel señor dueño de la cabaña, al cerciorarse de que Ronier se había quedado dormido, mando a uno de sus hijos al cuartel de los bárbaros para que éstos le dieran una recompensa por el fugitivo. El olor que emanaba Ormasth, su raída ropa, así como las llagas en sus manos y en sus pies dejaban al descubierto su procedencia.
Antes de que el sol saliera por las montañas Ormasth fue despertado por las espadas desenvainadas que corrían hacía él en manos de los mismos bárbaros que habían acabado con los suyos y ahora iban tras él. Ormasth los recibió con el mismo cuchillo con el que ellos pretendieron obtener su cabeza y uno por uno les dio muerte haciendo gala de las habilidades bélicas que le había heredado y enseñado su padre poco antes de su muerte. Fueron muchos, pero Ormasth, alimentado por su rabia y coraje no dejo rastro. Busco entre las cabezas corroídas por la sangre el rostro de quien asesino a su madre frente a él, quien parecía haber sido el líder de aquella misión, pero no le encontró.
Ya en la pequeña cabaña dónde vivían los delatores de su paradero, entró espada en mano dispuesto a asesinar al padre. Pero al verle protegiendo a sus numerosos hijos, le recordó su padre muerto. Salió de aquella cabaña jurando no volver a confiar en los extraños, aun cuando estos le muestren amabilidad como carta de presentación.
Tomo el mejor caballo que encontró entre las pertenencias de los barbaros, y se dirigió hacia el éste, en busca de reflexión y educación.
Como siempre, la razón prima cuando el corazón es fuerte.
ResponderEliminarEl corazón se hace sabio por medio de la iluminación y la reflexión.
ResponderEliminarY una masacre de cuando en vez.
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