Como un lúgubre desfile de almas se veían los habitantes de Natsuki, hacía ya tres meses que la
plaga llegó a ellos, una primavera infesta cargada de podredumbre y desazón. La mayoría
de los granjeros murieron mientras los
síntomas eran cada vez peores; al principio la fiebre los debilitaba hasta
morir, llegando al segundo mes no sólo caían en cama, sus ojos se secaban
cegándolos mientras la piel de todo su cuerpo se hacía cada vez más áspera e
insensible, llegando a la novena semana los caídos en peste adquirían tics en
su boca haciendo que esta fuera constantemente mordida, así mismo depositando
un perenne hilo de sangre en la comisura de su boca, la misma piel seca casi tan
corácea como la de un reptil, los ojos semi-petrificados y una expresión de
locura, de perdición.
Finalizando los
tres meses todos aquellos augurios, maleficios y mitologías fueron apocadas con
el último síntoma, el Siche, al ser lanzado a las brazas para terminar con su dolor
era inmune al fuego, tras pasar toda la noche en la pira; los campesinos se
dirigieron a examinar el fuego y para su sorpresa los cuerpos habían perdido su
piel y esta fue reemplazada por un cuero
carbonizado visualmente escamoso. Invadidos por las profecías de los viejos
demonios del monte Geulimja, los
habitantes sólo pudieron huir, atravesaban aldeas vecinas enterándose que la
plaga se expandía lenta pero aterradoramente, villas fantasmas, tierras
malditas, la pincelada de desolación decorando sus realidades.
En medio de todo
estaba Yong…
Yong recordó a su abuelo quien se sentaba todas las tardes a contarle historias
antiguas y sabias, llena de mitos, dragones, demonios y héroes. Yong pudo
entender que tras de sí se levantaba la perdición de su país, una perdición que
crecía con el temor y la ignorancia. Los demonios del Geulimja aparecían para
atormentar las mentes débiles, para sumir en angustia las nobles almas, recordó
también que no era la primera vez que aparecían, antes fueron encerrados gracias
a poderosas reliquias de los mojes del Este.
Yong quedó en pie
sintiendo el fuerte llamado de un destino, ahí, entre la multitud que cabizbaja
ensombrecía con cada paso. Ella giró y empezó a caminar sobre sus pisadas, como
una pequeña esperanza que lucha contra la marea, encontrar las reliquias, era
sólo eso, las reliquias robadas por sus vecinos en guerra, una misión se
levantaba ante sus ojos un imposible que debía ser vencido.