domingo, 1 de enero de 2012

Comienza La Batalla.


Una luna plateada y dos estrellas doradas fulguraban impetuosas sobre el casco  de Lady Séni, su armadura de plata fría hecha con delgadas capas sobrepuestas y entre éstas sedas púrpuras encabezaba la fila de jinetes que orando avanzaban hacia el Norte. Los sacerdotes entonaban cánticos sublimes que llenaban de paz a los combatientes. Caminaban lento, sin prisa ni temor, el sol se levantaba majestuoso calentando sólo una parte de su rostro mientras el aire aún frío del amanecer generaba en ellos la sensación de un largo y calmado sueño. Con delicadeza empezaban a vislumbrar el umbral de su destino; frente a ellos el Valle Gris se erguía imponente, cubierto de árboles vestidos de musgo y sabiduría.

Era hora de la verdad…

Los jinetes comenzaron a posicionarse en pequeños bloques, apoyando la lanza larga en el  escudo pavés, el brío de los caballos embriagaban de poder a los soldados allí presentes, al compás de las hachas los soldados golpeaban la defensa de sus espadas contra el escudo, algunos arqueros se desplazaban entre los árboles buscando posiciones ventajosas mientras tarareaban cánticos de guerra. Como olas marinas que se desplazan una tras otras, los jinetes empezaron a hacer sonar sus cuernos, majestuosos golpes de aire que mecían el musgo del lugar y calentaban los corazones de los allí presentes. Todos los arqueros en a grupos de diez lanzaron al aire una flechas silbadoras que cortaban el sonido de los tambores cual  cantos de águilas.

La guerra de guerrillas fallaba sin emboscada, desesperados por no poder atacar algunos Hombres Sin Luz empezaron a acercarse arrojando inútilmente sus lanzas. Como contrapartida, pequeños grupos de batidores empezaron a desplazarse furtivamente por entre el bosque, presenciando la desesperación de no poder pelear de frente, sabían que la única forma de empujar a estos bárbaros a una descompensada guerra táctica era sesgando las posibles retiradas. Se enfrentaban a un designio más grande que ellos, comenzaron a quemar de forma equidistante algunas partes del bosque, los Hombres sin Luz se congregaron contra ellos y entre golpe de lanzas o espadas les fueron diezmando; sin embargo el daño estaba hecho. El bosque comenzó a crepitar indomable, el viento del Norte barrió y alimentó las llamas, la corriente que bajaba de las montañas hasta el lago era ahora un muro de fuego que crecía despiadadamente. Sin otro camino que tomar los jinetes y guerrilleros sólo podían encontrar refugio lejos del fuego en un pequeño paso en el Este, donde con cánticos les esperaban los guardianes de la Cuaderna Este de Argus, la melodía de una batalla anunciada.

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