domingo, 18 de marzo de 2012

Esencia De La Belleza.


¡Clap, clan , clap, tan!
Golpeaban las gotas contra el único ventanal aún en pie, permitiendo así contemplar tímidamente el paisaje. Hacía tantos años que la mítica y majestuosa ciudad capital se había sumergido en las sombras, como un lúgubre poema; cada casa, cada persona y cada esquina  aportaban esa melancólica rima. Sus calles eran ahora pasadizos mohosos con charcos que reflejaban un cielo siempre gris, la oscuridad era tan larga y densa que aquella diurna y pactada luz era una simple promesa de subconscientes tiempos mejores. Solo anhelos.

La plaga trajo consigo la muerte espiritual,  la gente que antes caminaba con la frente en alto ahora huía de la luz,  toda esperanza se perdía y sus rostros -antes bellos- eran ahora remilgos burlones, parodias  que destellaban trastorno. La leprosidad era tanta y tan común que en sus pequeños círculos sociales las personas sentían cierta tranquilidad, tranquilidad y envidia; pues si bien  alejada  de la luz y  aún  escondida de los ojos inquisidores, se encontraba una dulce muchacha, con belleza perenne y un mar salvaje hechos rizos en su cabello, tan bella, tan ajena...

Ella se encontraba sentada oyendo el clap, tan rítmico de la lluvia mientras era bañada por los destellos lunares y cobijada por la tranquilidad de su hogar. En su mano izquierda una ligera luz producto de una esperma encendida hacía que las sombras danzaran en su silueta. Ella, tan sonriente como siempre, recitaba un ligero cántico; a la par, de la hojilla de afeitar bajaba hacia su mano derecha  un hilo de sangre, de la comisura de su boca emanaba una carmesí miel. La canción era ahora acompañada de una pequeña salpicadura roja, sus ojos emblanquecidos comenzaban a saltar desesperadamente.

La sangre bajaba ahora por su cuello limpiando su piel, deshaciendo el paso del tiempo, aniquilando la peste. Tanta sangre empezaba a correr, tanta  que su piel se hacia sumamente blanca y pálida,  como la luna que inquisitiva desaprobaba aquel acto, era pues ese minuto de muerte, en el cual ella renunciaba a su cuerpo, el mismo en el que entregaba su espíritu a la esencia de la belleza, un instante el cual se hacía uno con sus demonios.



viernes, 16 de marzo de 2012

Otoño.


Como un baile llegan a ellas las sensaciones, inmensas alegrías y sonrisas; niños cantando por doquier. Unos leves haces cálidos contrastan  con el  aire frío de una mañana joven y enamorada, mientras el olor a manzana empieza a elevarse y condensarse entre las hojas; impregnan cada centímetro del árbol, se mezclan con el rocío matutino, se amalgaman, se aman. 


La tristeza es la muerte lenta de esas simples cosas, con cada manzana arrancada y con cada árbol movido, de la alegría verde mate al colorido de las hojas otoñales que en días previos enamoraba el paisaje, sólo queda un desfile de hojas suicidas y árboles desnudos, proyectiles de piel marrón que se inmolan al suelo comprendiendo que sus cosas queridas son tal vez ausentes y la alegría de la hermosa primavera no es más que un recuerdo lejano devorado por el tiempo. Abandonan este mundo con una sabiduría inmaculada, con el entendimiento pleno de haber amado y vivido, de haber sentido cada viento en sus delicados filamentos.

El sol, la lluvia, los predadores, la tempestad...

Han vivido y sufrido, abrazando la gloria y el miedo, a veces al tiempo, a veces en proporciones iguales. Es ahora el viento ausente de luz solar el que las golpea, revolcando sus cuerpos moribundos a la par que los estampillaba contra las pequeñas colinas, torbellinos de muerte decían los antiguos, y en la agonía de su despedida, en el dolor de su despedida, comprendían que lo vivido y encantado no podía ser jamás olvidado por más fuerte que embistiera el viento.

El olor a manzana era reemplazado por la densidad de agua en el aire y el sabor a tierra en la distancia, era el fin, pero un bello fin; la terminación Molto de una hermosa sinfonía que les enseñó a amar los pequeños detalles, las cosas simples que el tiempo mata, las cosas simples que brindan magia. 

miércoles, 14 de marzo de 2012

Le Parti des Vampires.


París era una fiesta, una de esas inolvidables fiestas. Decía Hemingway que si tenías la dicha de haber vivido tu juventud en sus calles bohemias y en esas plazas de algarabía, París te acompañaría hasta el final de tus días. –Hace tanto tiempo que no soy joven-  si sus calles cambiaron o el vestir de las personas, siento que en sí nada más cambió;  es la misma historia de corazones que juran amar la libertad y que en su piel se alberga el amor, la historia de eventuales jóvenes que creyeron haber nacido cuando el mundo no estaba listo para ellos, o demasiado tarde según otros.  

Veo otra muchacha caminar a mi izquierda, vagando por las estaciones del metro añorando aventuras; viste de negro y cuero –con un rostro tan pálido es una verdadera tristeza-, se debe sentir indestructible al ser abrazada por una belleza tan abstracta, piel de alabastro y ligeros cabellos dorados -sigo considerando que es demasiado pálida-, tal vez la juventud de ahora tiene gustos más sencillos y un tanto insignificantes. Coquetea por doquier aún cuando su caminar quiere expresar un aire de irrelevancia, es en verdad una tontilla.

Creo que las décadas me han hecho detestar los manjares irreverentes, no hay nada peor que probar la cálida sangre de un ser reacio –amarga cualquier intento de paz-. Ya me vio –tarde- , y cree que no soy más que un pobre viejo verde cautivado por una belleza incomprensible, pobre tonta, juega a ser un dios, uno pequeño, uno que ni siquiera puede ver el poder al rostro, ¡dudó! –ya es muy tarde- le enseñaré a no cazar en mi territorio.

París nunca dejará de ser una fiesta. 

Sin añorar.


Probablemente siempre hemos de perdernos en pequeños instantes, que raudos nos absorben y recordamos con nostalgia tiempos en los que creíamos nada más importaría. Vamos caminando lentamente, abstraídos y anacrónicos,  sintiendo que lo bello es historia, que el mundo no es justo. Añoramos el pasado más que la muerte, sentimos más las tristezas imaginarias que las virtudes diarias.

El tiempo condenatorio es el mismo tiempo salvador. Ayer éramos víctimas de historias perversas, de situaciones incómodas y si fue el tiempo de  mano de la historia quien borra las personas, es ese mismo quien  transforma lo cotidiano en mágico e invita a compartir y a recordar con pequeños destellos de alegría aquello que si bien fue hermoso, probablemente fue también sobrevalorado.

Por eso amiga mía, no añores la muerte ni el pasado, que vivir en historias ya contadas es abrazar la muerte, es despellejar e ignorar la vida. 

martes, 13 de marzo de 2012

Roja venganza.


¡La cabeza de un dragón rojo! Así sea pequeño dijo, así sea una cría de dragón.  

De todos los presentes para demostrar amor ese era el más disparatado.  Lord Adalhard consternado pero impulsado por el cariño, besó la espada con contrapeso en esmeralda y juró traerle a su amada una cabeza de dragón, así sea pequeña pensó, así sea una cría de dragón. Partió junto al alba llevando lo indispensable, odres y carne seca junto con una tienda de campaña. Caminó durante largas jornadas en mañanas frías con ligeros destellos de cálido sol, caminó durante interminables jornadas, bajo el tórrido calor en los valles de fuego, caminó y caminó hasta el fin del mundo (pensó) Sus brazos se hacían cada vez más fuertes y el peso de años no vividos plateó su rostro, era ahora algo más viejo, un poco menos enamorado; pero, luego de semejante proeza sólo quedaba conseguir una cabeza de dragón, así sea pequeña recordaba él, así sea una cría de dragón.

Llegar a la caverna fue sencillo, incluso evitar las trampas y triquiñuelas. Una vez frente al dragón fue más la virtud de los dioses aquello que le permitió escapar con vida, con una vida llena de éxtasis, ahora él se veía llegando en carruajes tirados por corceles blancos hasta el reino, entregando en un cajón de abeto negro la cabeza prometida, el premio reconfortante, la muestra más pura y heroica jamás demostrada en el reino.

Eso fue lo que él pensó.

Conociendo el camino regresar fue más sencillo, pero la gloria que en otrora soñaba fue reemplazada por harapientas prendas y un olor a podredumbre desesperante, el mismo olor que dejó un camino sencillo de seguir. Una vez en el reino cuando sus fuerzas empezaban a regresar contempló consternado como una sombra surcaba el cielo, hacia sus adentros entendía que el miedo era un demonio volador que acecha en los días tanto como en las pesadillas. El olor a azufre y temor se hacía cada vez más insoportable, aquella sombra crecía y aminoraba mientras daba círculos sobre el castillo, voló y voló, en las noches cual estrellas rojas dos puntos intermitentes apuntaban siempre hacia las paredes consideradas impenetrables.

Y el día cero llegó.    …Fue una venganza bañada en fuego y poder, sus alas podían romper paredes de piedra pura y su cola cual ariete serpenteaba indomable por pasillos u árboles y el fuego, ¡vaya fuego! Consumió las almas de los allí presentes pero no la de Lord Aldahard, él contempló como su familia era despedazada entre las lanzas blancas de sus dientes, decapitada y engullida sólo para ser vomitada en un rugido. Vio a su amor ser aplastado, vio su vida ser un festín.