Llega la noche y con ella la infinidad de imágenes, como una aurora boreal todas se enfilan derrochando aires quiméricos –una curiosa forma de prever la muerte-, aparece la inocente infancia, algunas erróneas decisiones en la juventud, los vicios, la amargura, la gente enferma que despertó mis más grandes odios, aquellas venganzas que quedaron escritas en papel.
Lentamente muero, toda esa historia tallada entre el llanto y la sangre empieza a corroer mi ser, carcome mi alma, llena de aburrimiento mi existir, por un momento sucumbo…
Finalizando las tormentosas imágenes llega una guitarra, se asoman las noches de cofradía, florece tu sonrisa. Siento reverdecer con alegría mi piel, me hago sabio, dichoso; sonrío viendo esos puntuales momentos, aquellos breves y provechosos sucesos que me hicieron hombre, que le enseñaron el amor a mi cuerpo.
Al final de las imágenes encontré las mentiras, algunas salvadoras otras innecesarias, descubrí también las que quiero seguir creyendo, otras tantas que había olvidado e incluso muchas que pensé eran ciertas. Mil mentiras que como excusas para vivir se quedan cortas ante la dicha misma del sentir.
Al finalizar mi angustia, cual resurrección te encontré a ti, la mejor razón para saber que he vivido, el motor para seguir creciendo.
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