La pared del balcón labrada en azulejos se divisaba a setecientos metros de la casa por el camino por el que él solía recorrer cada noche desde su regreso para verla. Las cortinas de seda malva formaban un vaivén que junto al calor de le noche despejada seducían al gentil caballero que pretendía a la señorita Kerana.
Pero ella no saldría a menos que los cortejos fueran aceptables dentro de sus exigentes parámetros, pues, categoría que pudiese ocurrírsele a el candidato de turno ya había sido experimentada por varios predecesores, así que ella tenía la forma de comparar. Sintió su presencia a cien metros del arco de herradura de su balcón decorado con arabescos dorados y una guitarra comenzó a sonar.
La misma luna que vio llegar galán por galán a aquel lugar con estilos de música tan distintos como ríos alimentan el mar, fue testigo de un indómito sonido que perturbo la serenidad de Kerana tras las cortinas. No podía afirmar que fuera el más elegante o el más perfeccionado, pero algo en su forma de tocar, cautivo hasta la misma alma de aquella que se había atrevido a juzgar y tras esa encantadora serenata, por primera vez las puertas de las escaleras que llevaban al cuarto de Kerana se abrieron para recibir al visitante y en el calor de la noche despejada, alumbrados por la luna inquisidora, la velada termino en dulces caricias.
Soñando que cada caricia es una nota, que dulce sería abrazar el descanso inmerso en tan magnífica melodía.
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