sábado, 15 de enero de 2011

Montaraz



El invierno encrudecía, las impetuosas tormentas descargaban su furia contra el suelo, marejadas completas gobernaban en lo que antes se consideraban colinas  fértiles, todo era una poesía, la majestuosa sinfonía del poder ejercido por la naturaleza que, para disgusto de los mortales, había encontrado  auditorio en nuestra realidad.

En lo alto de una colina, la boca de piedra que ferozmente se oponía al clima albergaba un relegado, atrás quedaron sus cálidas cenas en La Grill de los Ladrones y el respeto a su nombre. La vida de un hombre puede cambiar con la facilidad de un camaleón, ésta frase resonaba en su memoria, ya llevaba un año viviendo en la espesura del Moonwood, seis meses desde la desaparición de su maestro; ahora, solo, verdaderamente solo, sentía nostalgia por las decisiones precipitadas.

Se levantó y notó que sus raciones estaban próximas a extinguirse, con un suspiro de complacencia emprendió rumbo al Oeste, un pequeño rebaño debe estar por esos lugares               –pensó-, al recorrer las empantanadas sendas divisó con facilidad que no era el único cazador del lugar, media hora después, logró notar  entre las ramas a una jauría de lobos que felizmente disfrutaban las glorias de su caza, decidió evitarles.

Más al Este, cuando su arco apuntaba a la Yugular de su presa, notó un torpe movimiento, alguna criatura herida se arrastraba melancólicamente, ésta acción puso en sobre aviso a los animales que raudamente emprendieron huida. Al acercarse la lúgubre escena de un vigoroso lobo al borde de la muerte le conmovió. Tomo su espada dispuesto a acabar  con el sufrimiento de tan digno ejemplar; pero, algo en su mirada se colaba en lo más profundo de su alma.

Invadido por los juicios morales decidió dar un corte rápido e indoloro, el lobo, que comprendía su destino se desplomó lenta y orgullosamente sobre el suelo para así recibir su muerte, él, al notar la majestuosidad del carácter aquel, carácter que pocas criaturas con uso de razón pueden si quiera soñar, le dijo.

Eres ahora mi hermano,  nada te faltará, atenderé tus heridas Sombra.

Con una disimulada sonrisa en su rostro se dispuso a auxiliarle, había encontrado una nueva forma para empezar y así  curar las heridas de su alma.

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