-¿Y si le robara la vida a las personas de éste continente sería suficiente muestra de carácter?
-Sí, de lograrlo no sólo demostrarías tu valía, también me entregaría a ti por toda la eternidad, juntos gobernaríamos el inframundo, cada tumba sería nuestra, todas las almas nos rendirían respetos y pagarían tributos perpetuamente; pero, sólo si consigues ese cometido, de lo contrario puedes regresar por el camino que te trajo hasta aquí, si intentas volver en caso de fracasar, seré yo quien le robe la vida a tu cuerpo y encierre tu débil alma en las mazmorras más oscuras.
Él, comandante supremo del los ejércitos del Sur, emprendió la cruzada más cruel bañada por esa noble ilusión, por amor cruzó valles y desiertos, montañas y ríos, por amor degolló ancianos y niños, por amor la muerte del mundo caía sobre su nombre, cada alma arrebatada extinguía una estrella sobre el universo que entristecido le contemplaba.
Ahora, cansado y pequeño, con el peso del tiempo sus pies se arrastraban pidiendo clemencia, la tierra convulsionaba marrón por la sangre derramada, en el cielo las noches eran gélidas sin una sola estrella que brillase notablemente, el continente mismo lamentaba el ocaso de su dicha, habían profanado su virginal lecho.
Sin importar cuantas vidas arrancó, nunca fueron suficientes, los años platearon sus cejas, arrugaron su rostro, finalmente encontró su deceso en el acero de alguien que interrumpió esa campaña. Al llegar al inframundo y ver el inmarchitable rostro de la Dama Blanca que sonreía pícaramente supo entonces que el amor no exige, sólo construye, con ese pensamiento se abrigó por toda la eternidad en las mazmorras más frías y oscuras.
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