Corriendo, a toda velocidad. Así pasaba los días de su infancia Tobías, un niño ambicioso, apasionado y muy eufórico. Quien a pesar de ser hijo de campesinos analfabetas, ya para su edad era un estudiante modelo en su escuela. Corría a todos lados, al pueblo, a la escuela, a su casa, pero un día alguien paró de golpe su carrera, era un rostro, un rostro más hermoso de lo que con su escaso léxico pudiera llegar a describirse atravesó de intempestivamente en su camino, se tropezó, pero el dolor no logró amilanar esa sensación de calor en su rostro, el retorcer de su estomago y el temblor de sus piernas. –¿te lastimaste pequeño?- pregunto preocupada la pequeña dama. Nervioso Tobías negó con la cabeza, pero eso no convenció a la pequeña dama que se agacho para chequear las raspaduras de las piernas y brazos de Tobías. Quien más rojo que el mismo diablo se paró de golpe y siguió su camino, aun cojo, pero a partir de ese momento enamorado.
En casa los padres de Tobías le contaron que tenían nuevos vecinos y al momento de describir a una de sus miembros Tobías de nuevo se sonrojo, pero esta vez dejando emerger una tímida sonrisa.
Desde ese día de aquel encuentro y por varios más Tobías disminuyo su velocidad en el mismo lugar en donde encontró esa mirada que para él no tenía comparación y cuando perdía la esperanza de volver a cruzarse con ella más adelante en un claro del camino la vio, con unos canastos y con mucho sudor en su rostro, el temblor de sus piernas y el calor de su rostro regreso súbitamente e inversamente proporcional a las ganas de saludarle, pero reunió el valor que pocos logramos reunir en tales situaciones y se quedó allí esperando que pasara por su lado, pero la historia fue otra, la pequeña dama esta vez fue quien tropezó con su cargamento casi como justicia divina por la caída que involuntariamente provocó a Tobías. El niño acomedidamente comenzó a ayudarle a recoger todo su cargamento y con una sonrisa y diciendo gracias se alejo lentamente de Tobías. Ahora el pequeño se quedo allí solo con sus pensamientos y tratando de encontrar explicación a lo sucedido y con su inocencia solo suspiro y dijo: “debe ser el destino”. Tal vez si, tal vez no, pero Tobías empezó a descuidar un poco sus estudios porque ahora todo el poder de su mente se encontraba ocupado pensando en esa pequeña dama de piel frágil y de mirada angelical envuelta en un vestido blanco. No le importaba que pasara a su alrededor, el solo quería hacer su propia historia de amor al lado de ese rostro.
Pasaron los días, pasaron los meses y también los años. Tobías ya no era un niño y durante todo este tiempo creció pasando de largo entre saludos y halagos a esa pequeña dama que tanto cautivo su vida desde ese tropezón y aun decía entre suspiros: “debe de ser el destino”.
En el último día de la primavera, Tobías había logrado cortar las últimas flores de la estación y lleno de ansias espero a que se diera el cotidiano encuentro con la pequeña dama. Tobías espero paciente, lo hizo con una sonrisa que con el paso de las horas se fue desvaneciendo, hasta que como todo en el universo se extinguió. En el camino a casa y durante toda la noche se sumergió en sus propias divagaciones, pensaba ¿Por qué? Y a la mañana siguiente, lleno de la determinación que tal vez pocas veces logro conseguir se fue a buscarla y allí en el lugar donde se suponía debía encontrarse una casa, solo cenizas encontró, pues esa noche una vela extinguió la vida de ese lugar y así Tobías nunca pudo entregarle a la pequeña dama las ultimas flores de la estación y tampoco pudo volver a decir entre suspiros: “debe ser el destino”.
Así es como a veces la falta de determinación y la falta de coraje puede costarnos el llegar a amar o como también puede accidentalmente impedir sentir un dolor aún más fuerte.
Una lágrima se empozó en la cuenca de mi ojo derecho, aciago destino, a veces te jactas de no ser complaciente.
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