Vagando por la frondosa selva en la que se había convertido su ciudad, no podía evitar sentir nostalgia de lo que antes fueron vibrantes establecimientos dedicados al comercio y al servicio de los transeúntes. Bastaron malas decisiones de quienes estaban “a cargo” para que fuera cuestión de días en los que ya no quedaba nada de esperanza por impedir el inminente conflicto y planes de reconstrucción fueron el tema de moda en los frívolos cotillones de la privilegiada población que no tenía porque sufrir el suplicio de repetidos ataques aéreos y terrestres.
En las calles, personas menos afortunadas no podían sino sentirse ultrajadas por quienes los habían hundido en tal situación. ¿Con qué dinero pensaban ellos efectuar tal reconstrucción, si todas las reservas fueron destinadas a la guerra y a los cotillones?
Una terrible desazón penetró en las almas de aquellas personas que lo perdieron todo sin la esperanza de poder recuperarlo, y para quienes pudieron regresar, la carretera completamente destrozada desde el limite con la ciudad vecina era solo un augurio de las calles cuyas casas solo dejaron como prueba de existencia techos en el la primera y ahora única planta de lo que algún día alguien tuvo la fortuna de llamarlo hogar.
Como quisiéramos que la esperanza empozada en las tristes vivencias pudiera vencer a las decisiones equívocas de aquellos que no logran trascender los actos.
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