Me dejaste envuelto en el dolor de tu partida, me dejaste solo y con el vacío que tu lealtad y amor incondicional fueron capaces de llenar por tantos años. Entiendo que no querías hacerlo, entiendo que no era tu elección, que estas cosas son parte de la vida y lo acepto de muy mala gana.
En mi alma no queda el remordimiento de no haberte podido decir a tiempo lo mucho que te quería y lo mucho que significabas para mí; sin embargo, el no haberte podido tratar a veces con el mismo respeto con el que tu lo hacías me llenan de pena y ya no puedo decirte que lo siento, espero supieras que sentía mucho comportarme así.
Aun recuerdo el día que llegaste a mí, te vi con mis ojos de niño y mis gestos de alegría al poder abrazarte y sentir que tenia a alguien en quien depositar mi cariño y de quien recibir lealtad incondicional. Contrasta tanto con el día que te tuve que despedir en la más profunda de las impotencias al no poder hacer nada más que sostener tu mano y rebuscar palabras de aliento que ni yo podía creer. Tal vez antes de irte habrías querido decirme que fuera feliz a pesar del dolor de tu partida, tal vez en tu irracional ser habrías querido eso o solo que no sufriera tanto y espero que con el recuerdo indeleble que dejaste pueda lograrlo.
No quiero pensar en esas leyes de la metafísica que me impiden despedirme de la manera que quiero, así que no me queda más que despedirme con la inocencia de un niño para poder decirte con una tenue sonrisa…¡HASTA LUEGO!.
Fur Natasha.
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