viernes, 25 de febrero de 2011
Cumpleaños.
Nessun Dorma
Nessun dorma! Nessun dorma! Tu pure, o, Principessa, nella tua fredda stanza, guardi le stelle che tremano d'amore e di speranza. Ma il mio mistero e chiuso in me, il nome mio nessun saprá! No, no, sulla tua bocca lo diró quando la luce splenderá! Ed il mio bacio sciogliera il silenzio che ti fa mia! (Il nome suo nessun saprá!... e noi dovrem, ahimé, morir!) Dilegua, o notte! Tramontate, stelle! Tramontate, stelle! All'alba vinceró! vinceró, vinceró!
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Giacomo Puccini
jueves, 24 de febrero de 2011
Asunción.
miércoles, 23 de febrero de 2011
Calvin Klein
En el largo viaje de aprender un idioma nuevo nos encontramos con el desafío de abrir campo en nuestra memoria del lenguaje para otra estructura gramatical completamente diferente, a veces con el valor agregado de poseer un extenso vocabulario como es el que trae consigo el Alemán; aunque hay ciertos términos que se nos quedan grabados por la proximidad a una situación específica. Como hoy, cuando relacione la palabra “Klein” con su significado “pequeño” y ambas con la muy famosa marca de ropa interior (entre otras cosas) “Calvin Klein”. Que sugerente nombre para una marca de ropa interior: Calvin Pequeño. La palabra “Klein”, quedará grabada para siempre en mi nuevo diccionario mental de Alemán.
viernes, 18 de febrero de 2011
Guerra fría.
jueves, 17 de febrero de 2011
Baile de Máscaras, primera parte
Don Lorenzo llego a la ciudad de los canales faltado tres meses para el primer día del festival, nadie le conocía en otras partes de Italia más que en aquella mágica población en dónde ejercía el rol del más afamado sastre del carnaval.
Apadrinado por una acomodada familia de la zona, tenía su taller en el primer piso de una casa que estos alquilaban a los visitantes. En el día, recibía clientes que debían reservar su cita casi el año anterior para que el sastre pudiera verlos, y en la noche atendía amorosamente a las hijas de sus mecenas, quienes, a fortuna de Don Lorenzo, estaban todas casadas, pues él tenía la certeza que al menos dos de los seis hijos que tenían ambas eran fruto de sus romances nocturnos.
Una mañana llegó a él la joven esposa del juez de la ciudad, la tersura de su piel y el brillar de sus cabellos hicieron sentir a Don Lorenzo por primera vez en su vida, viejo. Lorenzo Guilarducci no tenía más que veintiséis años para entonces y sabía que su salud estaba en un correcto estado, más sin embargo la muchacha con la que se había casado el juez hacia un par de meses no tenía más que quince años.
Sabía Don Lorenzo que para apaciguar este sentimiento de vejez que poco a poco se apoderaba de todas sus instancias debía conseguir la aprobación de la joven SIlvestra. Ideo él un plan para conquistarla a más tardar en el baile de máscaras inaugural del festival y el primer paso era confeccionarle un disfraz que no le permitiera ser reconocida ni por su devoto esposo.
A varios clientes Don Lorenzo debió presentar sus excusas al aplazar su petición, pues el disfraz de Doña Silvestra tardó más que cualquier otro que él pudiese haber confeccionado antes. Sabía él que esto lo convertía en nada más que un soñador, pues como la joven, a quien él ahora consideraba la más hermosa de la ciudad podía prestarle atención, sí no era más que un viejo sastre.
lunes, 14 de febrero de 2011
La libertad del evitar la consciencia
Las maracas y los bongós hacían mover sus caderas a cuadras de distancia, la fiesta siempre comenzaba a las seis, pero Mercedes terminaba oficio en casa de los Abreu a las siete. Los flamboyanes recrearon una larga alfombra roja por la que ella se sentía caminando hacía la función más esperada del año, para ella, al menos lo era la de la semana.
Vestidos brillantes de quienes podían permitirse tal adquisición iluminaban la pista más que los reflectores, Elías, el eterno compañero de la negra Mercedes le pidió la próxima canción nada más verla entrar por la cortina que servía de puerta para el club. Las trompetas recibieron a Mercedes con su estruendo característico y agradeció a Víctor una vez más, tal como lo hacía cada viernes en la noche, el permitirlos estar en ese lugar, celebrando la maravillosa fiesta que les proporcionaba la salsa.
Eran tiempos difíciles y la dictadura había prohibido estas expresiones a menos de estar autorizada por el gobierno de Trujillo, así que Mercedes agradecía el hecho de que su vecino de toda la vida, Elías Cestero, fuera admitido en el ejército siete años atrás.
Entre flamboyanes y salsa, Mercedes tenía el primer vestigio de libertad en aquellos años de miedo y muerte en las calles. A los veintitrés años era esposa de un desaparecido y madre de un pequeño al que la señora Candelaria le cuidaba el día entero mientras ella llevaba a casa lo poco que le pagaba la señora Abreu por cocinar todo el día y cuidar a sus tres hijos. Mercedes quería abrir una tienda para vender la ropa que ella misma podía confeccionar, pero su color de piel no le permitía aspirar a ganarse el sueldo en otra cosa diferente a ser asistenta en casa de alguna persona adinerada.
Mercedes llegaba a casa los viernes a las once de la noche, ese día, el pequeño Horacio dormía en casa de la señora Candelaria, y Mercedes, dejando todo vestigio de locura en la puerta de su pequeño rancho, entraba saludando al hombre al que la dictadura le quito de los brazos dos años atrás, y manteniendo una fluida conversación con él, se desnudaba para tomar el baño nocturno junto a su amado. Dándole a su alma la dicha de sentir a quién conscientemente sabía, no volvería, pero en ese momento, en esos momentos, era algo que realmente no le importaba.
Eolo.
jueves, 10 de febrero de 2011
Seacraft`s tales.
La vecina de enfrente.
Cuando Juan dejo la casa de sus padres ya era lo bastante mayor para afrontar los infortunios del día a día. En la pequeña población en la que él vivió toda su infancia y adolescencia había muy pocas personas de su edad con las cuales podría relacionarse, y cuando llego a la ciudad, esa fue su mayor sorpresa. Había conseguido un trabajo en el astillero y posada en un pequeño barrio universitario cerca de allí. La mujer que lo hospedaba tenía un único hijo, llamado Pedro, que era solitario y pasaba sus tardes cocinando para su madre que llegaba a las siete de trabajar en la empacadora.
Pedro tenia uno o dos años menos que Juan y eran igual de inexpertos a la hora de socializar. Un día Pedro descubrió que a la casa de en frente se había mudado una muchacha de unos treinta años aproximadamente, pues debía tener los de su prima Martha quien acababa de dar a luz a su tercer hijo. Cuando Juan llegó a casa, encontró a pedro en su cuarto espiando a la chica cambiarse de ropa en su habitación.
Sabía que este comportamiento no era educado ni mucho menos respetuoso y cuando se dispuso a dar una reprimenda verbal a su amigo, se dio cuenta de que fue lo que lo impulso a cometer dicho acto. La muchacha de enfrente podía ser, aunque Juan no conociera muchas muchachas en realidad, la más hermosa y con mayor sex appeal que pudiese conocer nunca. Por su cabeza paso en un instante el pensamiento mórbido de irrumpir en su ritual nocturno de vestirse con ropa de dormir, pero lo reprimió de inmediato y se dirigió a su habitación en silencio.
Una noche al salir Juan del astillero, reconoció el cuerpo de la vecina de enfrente caminar unas cuadras adelante suyo. Juan llevo la vista a su reloj de pulsera para comprobar la hora y saber que tan tarde era para que una muchacha así anduviera sola en la calle. Cuando volvió la vista a su vecina, vio como un hombre le arrancó la camisa e iba por su sostén. Juan corrió en su auxilio y dio fuerte pelea para dejar mal herido a quien agredió a la muchacha.
Ella, tendida en el piso y llena de pánico, se sonrojo hasta las orejas cuando Juan poso su vista sobre su cuerpo desnudo. Le agradeció con una sonrisa su ayuda y él le ayudo a abrocharse su sostén y le cedió su camisa al ver la suya destrozada e inservible.
martes, 8 de febrero de 2011
Velas como vestidos
El soldado se embarcó el día doce a las cuatro de la mañana, despidiéndose de su amada en la salida de su casa, no quería que fuera su imagen, frágil y expectante, la que lo acompañara en su viaje por el mediterráneo con rumbo a Cartago. Las noticas de que los barbaros habían llegado a Gibraltar con la misión de apoderarse de dicho puerto fue la llamada para que los soldados romanos que se encontraban descansando en sus casas, después de las batallas contra los galos, salieran de nuevo a la lucha.
El soldado le pidió que el día doce, del siguiente año, prendiera una vela color morado, en ese alargado jarrón de cristal que se encontraba en la mitad del salón principal de su casa. Que si la vela se consumía por completo, sin dejar rastro de cera en el agua, él llegaría a casa ese año.
La batalla fue ardua y exigente, pero Roma venció. En Cartago, una enfermedad se había propagado a causa de las quemas de cuerpos ocurridas en las afueras, así que los soldados decidieron echar los cuerpos al mar, pero esto enfureció al mar, tanto así que el viaje de regreso fue un tormento. Meses pasaron, sin poder aprovisionarse correctamente, racionando austeramente los pocos recursos que les quedaron. Quienes no murieron perdieron mucho de su cordura.
El soldado pudo bien sucumbir ante tales muestras de locura, si no fuera porque había pasado todo el viaje absorto en el pairar de la embarcación cuando el mar daba muestras de gentileza, y en el agitado movimiento de las velas cuando éste se encontraba agreste. Ambas formas le recordaban a su amada en su vestido favorito. La primera era una imagen suya de pie contra el marco de la ventana que da al jardín, y en la segunda, la veía corriendo por los valles, agitada por la diversión.
Quienes no murieron perdieron mucho de su cordura, y el soldado decidió negarse a ello, pues al se ella el objeto de sus desvaríos, no consideraba locura el refugiarse en aquello que para él, siempre fue la fuente de su tranquilidad y su paz.
lunes, 7 de febrero de 2011
Pelucas voladoras
La señora Rodríguez salió esa mañana rumbo a la casa de su anciana madre, a cumplir la cita semanal. Sentía amor y respeto por ella, pero había ciertas cosas que le incomodaban de estas visitas. La señora Martínez, su madre, nunca estuvo totalmente bien de la cabeza, pero últimamente las cosas habían empeorado.
Se mudaron hacia no más de tres meses a la casa contigua una familia proveniente del caribe, la señora de la casa era una mujer de tez clara y caderas muy anchas, pelo ensortijado y un gusto extravagante por la comida marina y los animales exóticos; su esposo, podía llegar a ser el hombre más negro que la señora Martínez y la señora Rodríguez pudieran haber conocido en sus vidas, y su pasión, era la música calipso, por lo que maracas sonaban a diario en la casa de al lado.
La señora Rodríguez estaba segura que, entre maracas y papagayos, su madre habría de desvariar más de lo acostumbrado, pero las cosas empeoraron ese día, pues la señora Martínez solo hablaba de ornitorrincos que bailaban calipso y pelucas voladoras. La señora Rodríguez, preocupada por estas palabras, decidió llevarla al porche para que tomara un poco de sol.
Fue entonces cuando un estruendo tropical estallo en la casa vecina, y aves de mil colores llenaron el barrio de increíbles imágenes de cuentos sobre manglares, en esas, un ave azulada con cola marrón se acercó a la señora Martínez y robo su peluca dorada. La señora Rodríguez, absorta por lo sucedido, no volvió a tomar a su madre por loca, en cambio decidió mudarse con ella para así tener tales maravillosos desvaríos frecuentemente.