viernes, 25 de febrero de 2011

Cumpleaños.

Es la indecisión del ser o el hacer aquella que juguetona se esconde en tu mirar, siempre dispuesta a pequeñas aventuras y sencillas travesuras. Sedienta, elocuente; con un bagaje que mezcla la simpleza de la historia con aquellas complejas ecuaciones.

Eres sin duda un ser que ha vivido, mentido, olvidado e inventado, eres sin duda alguien que ha dado su brazo a la amistad y su pecho a la mar. Con benepláciacito  constante te acepto como una discordia en mi vida, de aquellas contraposiciones que le brindan sabor a la misma (O será tal vez mayéutica).

Es ahora, en una fecha que brinda la reflexión que espero felizmente que tus mal intencionadas habilidades histriónicas estén presentes en mi realidad y la común por varios años más…   …Los suficientes para que canceles tu deuda conmigo.

Nessun Dorma


Nessun dorma!  Nessun dorma!
Tu pure, o, Principessa,
nella tua fredda stanza,
guardi le stelle
che tremano d'amore
e di speranza.

Ma il mio mistero e chiuso in me,
il nome mio nessun saprá!
No, no, sulla tua bocca lo diró
quando la luce splenderá!

Ed il mio bacio sciogliera il silenzio
che ti fa mia!

(Il nome suo nessun saprá!...
e noi dovrem, ahimé, morir!)

Dilegua, o notte!
Tramontate, stelle!
Tramontate, stelle!
All'alba vinceró!
vinceró, vinceró!
_________________________________
 Giacomo Puccini


jueves, 24 de febrero de 2011

Asunción.

Y resulta que en las noches frías como un delgado hilo de aliento tu voz se teje, entremezclando con puntadas la esperanza amena, apartando los lúgubres recuerdos, los innecesarios sueños,  la desdicha ajena. Me pierdo como un cometa en tus nocturnos ojos, en aquel constelado mirar que con dulzura aparta la magia impura,  invitándome a discurrir por tu blanca piel, por tu castaño mirar.

Con un pequeño soneto tu voz se confunde, cabalgando firme en tu aliento siento aquellas promesas que en la distancia afirmas; loas, sonrisas y mil manías. En dicha canción encuentro la realización de mis glorias, la expiación de mis culpas.

Y de nuevo tu aliento como descanso sacro, trayendo los sueños que la lontananza olvida, brindando un sutil halo de vida. 

miércoles, 23 de febrero de 2011

Calvin Klein

En el largo viaje de aprender un idioma nuevo nos encontramos con el desafío de abrir campo en nuestra memoria del lenguaje para otra estructura gramatical completamente diferente, a veces con el valor agregado de poseer un extenso vocabulario como es el que trae consigo el Alemán; aunque hay ciertos términos que se nos quedan grabados por la proximidad a una situación específica. Como hoy, cuando relacione la palabra “Klein” con su significado “pequeño” y ambas con la muy famosa marca de ropa interior (entre otras cosas) “Calvin Klein”. Que sugerente nombre para una marca de ropa interior: Calvin Pequeño. La palabra “Klein”, quedará grabada para siempre en mi nuevo diccionario mental de Alemán.

viernes, 18 de febrero de 2011

Guerra fría.

Las esquinas se asemejaban  a un globo multicolor, calles adornadas de adoquines y  celofán le daban la bienvenida al primer día de primavera. Pedro, el tendero de barba espesa unida a una coleta  saltaba desnudo por las vitrinas de su negocio mientras cantaba viejas canciones del Rock.

Más arriba, como una apología al paraíso se codeaban  pudientes y menesterosos, juntos todos en la noble misión de crear su paraíso. Enfilados con baldes, desde el río cercano traían arena para construir su playa, una gran piscina hecha de un ladrillo verde enlamado era ahora la alberca donde recibirían los primeros rayos cálidos de primavera.   

Bañados por la música y el confeti recordaron lo innecesaria que es la guerra.

jueves, 17 de febrero de 2011

Baile de Máscaras, primera parte

Don Lorenzo llego a la ciudad de los canales faltado tres meses para el primer día del festival, nadie le conocía en otras partes de Italia más que en aquella mágica población en dónde ejercía el rol del más afamado sastre del carnaval.

Apadrinado por una acomodada familia de la zona, tenía su taller en el primer piso de una casa que estos alquilaban a los visitantes. En el día, recibía clientes que debían reservar su cita casi el año anterior para que el sastre pudiera verlos, y en la noche atendía amorosamente a las hijas de sus mecenas, quienes, a fortuna de Don Lorenzo, estaban todas casadas, pues él tenía la certeza que al menos dos de los seis hijos que tenían ambas eran fruto de sus romances nocturnos.

Una mañana llegó a él la joven esposa del juez de la ciudad, la tersura de su piel y el brillar de sus cabellos hicieron sentir a Don Lorenzo por primera vez en su vida, viejo. Lorenzo Guilarducci no tenía más que veintiséis años para entonces y sabía que su salud estaba en un correcto estado, más sin embargo la muchacha con la que se había casado el juez hacia un par de meses no tenía más que quince años.

Sabía Don Lorenzo que para apaciguar este sentimiento de vejez que poco a poco se apoderaba de todas sus instancias debía conseguir la aprobación de la joven SIlvestra. Ideo él un plan para conquistarla a más tardar en el baile de máscaras inaugural del festival y el primer paso era confeccionarle un disfraz que no le permitiera ser reconocida ni por su devoto esposo.

A varios clientes Don Lorenzo debió presentar sus excusas al aplazar su petición, pues el disfraz de Doña Silvestra tardó más que cualquier otro que él pudiese haber confeccionado antes. Sabía él que esto lo convertía en nada más que un soñador, pues como la joven, a quien él ahora consideraba la más hermosa de la ciudad podía prestarle atención, sí no era más que un viejo sastre.

lunes, 14 de febrero de 2011

La libertad del evitar la consciencia

Las maracas y los bongós hacían mover sus caderas a cuadras de distancia, la fiesta siempre comenzaba a las seis, pero Mercedes terminaba oficio en casa de los Abreu a las siete. Los flamboyanes recrearon una larga alfombra roja por la que ella se sentía caminando hacía la función más esperada del año, para ella, al menos lo era la de la semana.

Vestidos brillantes de quienes podían permitirse tal adquisición iluminaban la pista más que los reflectores, Elías, el eterno compañero de la negra Mercedes le pidió la próxima canción nada más verla entrar por la cortina que servía de puerta para el club. Las trompetas recibieron a Mercedes con su estruendo característico y agradeció a Víctor una vez más, tal como lo hacía cada viernes en la noche, el permitirlos estar en ese lugar, celebrando la maravillosa fiesta que les proporcionaba la salsa.

Eran tiempos difíciles y la dictadura había prohibido estas expresiones a menos de estar autorizada por el gobierno de Trujillo, así que Mercedes agradecía el hecho de que su vecino de toda la vida, Elías Cestero, fuera admitido en el ejército siete años atrás.

Entre flamboyanes y salsa, Mercedes tenía el primer vestigio de libertad en aquellos años de miedo y muerte en las calles. A los veintitrés años era esposa de un desaparecido y madre de un pequeño al que la señora Candelaria le cuidaba el día entero mientras ella llevaba a casa lo poco que le pagaba la señora Abreu por cocinar todo el día y cuidar a sus tres hijos. Mercedes quería abrir una tienda para vender la ropa que ella misma podía confeccionar, pero su color de piel no le permitía aspirar a ganarse el sueldo en otra cosa diferente a ser asistenta en casa de alguna persona adinerada.

Mercedes llegaba a casa los viernes a las once de la noche, ese día, el pequeño Horacio dormía en casa de la señora Candelaria, y Mercedes, dejando todo vestigio de locura en la puerta de su pequeño rancho, entraba saludando al hombre al que la dictadura le quito de los brazos dos años atrás, y manteniendo una fluida conversación con él, se desnudaba para tomar el baño nocturno junto a su amado. Dándole a su alma la dicha de sentir a quién conscientemente sabía, no volvería, pero en ese momento, en esos momentos, era algo que realmente no le importaba.

Eolo.

Aún cuando sientas que las fuerzas se pierden, en un distante camino que tiñe con levedad las alegrías  dilatadas por el afán diario, entre las lontananzas mis oraciones nunca dejarán de llevar tu nombre;  eres tú mi alegría constante, la sutil manía que mortal, camina dibujando coloridos pasos. Entre la oscuridad de la noche y el inclemente sol, poder atestiguar tu andar en la tierra es la mayor de mis glorias.

Aún cuando estas fuerzas te abandonen dejando a tus pies estancados  en vicisitudes y maltrechos caminos, como un espectador invisible soplaré para que el viento te brinde nuevo rumbo, aún cuando sientas que no puedes más, quiero ser tu compañero de viaje.

jueves, 10 de febrero de 2011

Seacraft`s tales.


A bordo del Super Carrier  las cosas se habían vuelto rutinarias, atrás quedaron las guerras activas y las operaciones de reconocimiento; los siete legendarios mares eran ahora algo que se definía como un simple recuento de misiones sencillas y rutinarias. La vida en tan majestuosa obra era minimalista, monótona.

A principios de Agosto, cuando el frío comenzaba a desgastar las maquinarias y a los hombres que las manipulaban, en el puente de mando el Teniente O`neal  se percató que en la distancia un brillo extraño titilaba débilmente, una vez le informó al Capitán, una pequeña nave de exploración emprendió la marcha hacia el Norte. Tal sería la sorpresa de los marineros al descubrir que ese famélico brillo era producido por una delgada capa de cristal que cubría la piel de un náufrago.

Una vez a bordo, los médicos le brindaron atención de urgencias, poco a poco su cuerpo comenzaba a retomar color, a la par, su respiración se hizo profunda y definida; sin embargo, aquella diáfana crisálida no desaparecía. Al principio los médicos e ingenieros pensaron que era algo de hielo; pero, a pesar que las mantas mantenían el cuerpo caliente, dicha capa no desaparecía. Al tercer día despertó le náufrago, sus ojos eran grises  su barba marrón como la sangre seca.

El capitán en persona le dio la bienvenida, el naufragó se puso en pie, con un tono dominante y florido se presentó –Soy Sir Daniel Crusoe, Capitán del Conall- entre el asombro bañado por la comedia todos los presentes esbozaron una ligera sonrisa, Sir Daniel les explicaba que hace un gran tiempo sus cartas de navegación fueron robadas por unos funestos piratas, a pesar de haberles seguido muy de cerca, en medio de una tormenta fui apeado con violencia  por las olas.

No habían pasado más de dos horas cuando toda la tripulación le consideraba un enajenado lobo marino que, en su sangre, la sal propia de las olas habitaba. Mientras caminaban por la cubierta, Sir Daniel asombrado preguntaba por la extraña madera de color gris y dureza inimaginable de la cual el barco estaba hecho, eso más que el tamaño de la embarcación era lo que se apoderaba de su asombro.

Al escuchar semejantes disparates, consideraron prudente enviarlo a enfermería para medicarle con sedantes, de ésta forma evitar problemas; lo que empezó como historias jocosas y míticas ahora asustaba a quienes las escuchaban. Justo cuando le tenían amordazado e inmovilizado la alarma sonó, cerca de ellos un remolino había emergido de entre las calmadas aguas del Atlántico Norte, la tripulación tomó posiciones, el Capitán se encontraba en la sala de mando, todos trabajaban para evitar la catástrofe de un hundimiento.

Desde la cabina el Capitán observó que en la cubierta se encontraba el señor Crusoe, quien había escapado debido al caos en el navío, Sir Daniel hizo una reverencia bastante arcaica, a la par,  del remolino una sirena gigante  emergió, el olor a madera inundo el gigantesco portaaviones, dicha figura estaba adherida a la proa de una majestuosa Carraca, ésta pairó adosándose al estribor del poderoso Super Carrier,  El capitán Sir Daniel Crusoe se terminó de despedir e inmediatamente saltó hacia su hermoso Conall, una vez allí, se izaron las velas y el navío comenzó a marchar tan rápido que, pasados treinta segundos se perdió en el horizonte. El capitán Smith revisó rápidamente el radar sin utilidad aparente, ya que dicha nave no se veía allí.

Así, el Conall tuvo nuevamente Capitán y logró dar alcance a los temerarios piratas, pero es una historia que se ha de contar en otra ocasión.

La vecina de enfrente.

Cuando Juan dejo la casa de sus padres ya era lo bastante mayor para afrontar los infortunios del día a día. En la pequeña población en la que él vivió toda su infancia y adolescencia había muy pocas personas de su edad con las cuales podría relacionarse, y cuando llego a la ciudad, esa fue su mayor sorpresa. Había conseguido un trabajo en el astillero y posada en un pequeño barrio universitario cerca de allí. La mujer que lo hospedaba tenía un único hijo, llamado Pedro, que era solitario y pasaba sus tardes cocinando para su madre que llegaba a las siete de trabajar en la empacadora.

Pedro tenia uno o dos años menos que Juan y eran igual de inexpertos a la hora de socializar. Un día Pedro descubrió que a la casa de en frente se había mudado una muchacha de unos treinta años aproximadamente, pues debía tener los de su prima Martha quien acababa de dar a luz a su tercer hijo. Cuando Juan llegó a casa, encontró a pedro en su cuarto espiando a la chica cambiarse de ropa en su habitación.

Sabía que este comportamiento no era educado ni mucho menos respetuoso y cuando se dispuso a dar una reprimenda verbal a su amigo, se dio cuenta de que fue lo que lo impulso a cometer dicho acto. La muchacha de enfrente podía ser, aunque Juan no conociera muchas muchachas en realidad, la más hermosa y con mayor sex appeal que pudiese conocer nunca. Por su cabeza paso en un instante el pensamiento mórbido de irrumpir en su ritual nocturno de vestirse con ropa de dormir, pero lo reprimió de inmediato y se dirigió a su habitación en silencio.

Una noche al salir Juan del astillero, reconoció el cuerpo de la vecina de enfrente caminar unas cuadras adelante suyo. Juan llevo la vista a su reloj de pulsera para comprobar la hora y saber que tan tarde era para que una muchacha así anduviera sola en la calle. Cuando volvió la vista a su vecina, vio como un hombre le arrancó la camisa e iba por su sostén. Juan corrió en su auxilio y dio fuerte pelea para dejar mal herido a quien agredió a la muchacha.

Ella, tendida en el piso y llena de pánico, se sonrojo hasta las orejas cuando Juan poso su vista sobre su cuerpo desnudo. Le agradeció con una sonrisa su ayuda y él le ayudo a abrocharse su sostén y le cedió su camisa al ver la suya destrozada e inservible.

martes, 8 de febrero de 2011

Velas como vestidos

El soldado se embarcó el día doce a las cuatro de la mañana, despidiéndose de su amada en la salida de su casa, no quería que fuera su imagen, frágil y expectante, la que lo acompañara en su viaje por el mediterráneo con rumbo a Cartago. Las noticas de que los barbaros habían llegado a Gibraltar con la misión de apoderarse de dicho puerto fue la llamada para que los soldados romanos que se encontraban descansando en sus casas, después de las batallas contra los galos, salieran de nuevo a la lucha.

El soldado le pidió que el día doce, del siguiente año, prendiera una vela color morado, en ese alargado jarrón de cristal que se encontraba en la mitad del salón principal de su casa. Que si la vela se consumía por completo, sin dejar rastro de cera en el agua, él llegaría a casa ese año.

La batalla fue ardua y exigente, pero Roma venció. En Cartago, una enfermedad se había propagado a causa de las quemas de cuerpos ocurridas en las afueras, así que los soldados decidieron echar los cuerpos al mar, pero esto enfureció al mar, tanto así que el viaje de regreso fue un tormento. Meses pasaron, sin poder aprovisionarse correctamente, racionando austeramente los pocos recursos que les quedaron. Quienes no murieron perdieron mucho de su cordura.

El soldado pudo bien sucumbir ante tales muestras de locura, si no fuera porque había pasado todo el viaje absorto en el pairar de la embarcación cuando el mar daba muestras de gentileza, y en el agitado movimiento de las velas cuando éste se encontraba agreste. Ambas formas le recordaban a su amada en su vestido favorito. La primera era una imagen suya de pie contra el marco de la ventana que da al jardín, y en la segunda, la veía corriendo por los valles, agitada por la diversión.

Quienes no murieron perdieron mucho de su cordura, y el soldado decidió negarse a ello, pues al se ella el objeto de sus desvaríos, no consideraba locura el refugiarse en aquello que para él, siempre fue la fuente de su tranquilidad y su paz.

lunes, 7 de febrero de 2011

Pelucas voladoras

La señora Rodríguez salió esa mañana rumbo a la casa de su anciana madre, a cumplir la cita semanal. Sentía amor y respeto por ella, pero había ciertas cosas que le incomodaban de estas visitas. La señora Martínez, su madre, nunca estuvo totalmente bien de la cabeza, pero últimamente las cosas habían empeorado.

Se mudaron hacia no más de tres meses a la casa contigua una familia proveniente del caribe, la señora de la casa era una mujer de tez clara y caderas muy anchas, pelo ensortijado y un gusto extravagante por la comida marina y los animales exóticos; su esposo, podía llegar a ser el hombre más negro que la señora Martínez y la señora Rodríguez pudieran haber conocido en sus vidas, y su pasión, era la música calipso, por lo que maracas sonaban a diario en la casa de al lado.

La señora Rodríguez estaba segura que, entre maracas y papagayos, su madre habría de desvariar más de lo acostumbrado, pero las cosas empeoraron ese día, pues la señora Martínez solo hablaba de ornitorrincos que bailaban calipso y pelucas voladoras. La señora Rodríguez, preocupada por estas palabras, decidió llevarla al porche para que tomara un poco de sol.

Fue entonces cuando un estruendo tropical estallo en la casa vecina, y aves de mil colores llenaron el barrio de increíbles imágenes de cuentos sobre manglares, en esas, un ave azulada con cola marrón se acercó a la señora Martínez y robo su peluca dorada. La señora Rodríguez, absorta por lo sucedido, no volvió a tomar a su madre por loca, en cambio decidió mudarse con ella para así tener tales maravillosos desvaríos frecuentemente.

Magia, Magia...

Abha vació el recipiente, los últimos granos caían torpemente sobre la olla, con nostalgia vislumbraba la hambruna venidera, el Sol implacable había secado los terrenos y el paisaje se vestía de trigo seco. Las cosechas, las raciones, las esperanzas, el desolador Verano se encargó de secar todo, de exterminarlo.

Una lágrima descendía lentamente por su morena mejilla, en la distancia notó como la luz de una lámpara de aceite se colaba por la  puerta del cuarto de Chandan. Sus lágrimas brotaron cual  manantial…  …Se acercó a la habitación de su esposo y empezó a recriminarle que, mientras el Verano les condenaba a muerte, él simplemente dedicaba todas sus energía a tocar la Sitar. El dolor y cansancio le indujeron en un profundo sueño.

Mientras descansaba, en su sueño empezó a ver a Chandan tocando la Sitar, la melodía era lenta pero relajante, se despertó por la música que venía del terreno cercano a la parte posterior de su hogar, en medio de éste, vio a su esposo tocando el instrumento y la misma melodía de su sueño; cada vez que las notas sonaban, la pradera, los cultivos, todo empezaba a revivir. En menos de un minuto, los sembradíos  de grano emergieron, árboles florecieron, la naturaleza encontraba refugio en las notas se Chandan.

Cuando él entró, ella era incapaz de hablarle, estaba estupefacta ante tan milagroso suceso; el desolado paisaje era ahora un hermoso valle verde. Chandan le abrazó y le entregó una langosta para que ella la preparara de cena, mas Abha no entendía como él pudo conseguir tan particular y exótico animal, a lo que Chandan respondió: Magia mujer, magia, magia…

jueves, 3 de febrero de 2011

Antonomasia.

Hoy la mañana trae a mí una sutil picardía; caminar entre sendas serpenteantes y ríos indomables. Tal vez como excusa o ingenua decisión, puede que ocurra como designio divino, azar jocoso o demente ironía, no lo sé, no lo sé…

Una cosa sí sé. Al atravesar tan indómitas tierras mas que huir, encuentro un certero camino a casa, un lugar lejano, inequívoco; en el cual se fundirán  mis anhelos y tus abrazos, una estancia amena que encante sin sopor, que gobierne sin prisión.

Así, de forma concisa puedo afirmar que es tu nombre la tierra en la cual mi alma ha de enraizar.