A bordo del Super Carrier las cosas se habían vuelto rutinarias, atrás quedaron las guerras activas y las operaciones de reconocimiento; los siete legendarios mares eran ahora algo que se definía como un simple recuento de misiones sencillas y rutinarias. La vida en tan majestuosa obra era minimalista, monótona.
A principios de Agosto, cuando el frío comenzaba a desgastar las maquinarias y a los hombres que las manipulaban, en el puente de mando el Teniente O`neal se percató que en la distancia un brillo extraño titilaba débilmente, una vez le informó al Capitán, una pequeña nave de exploración emprendió la marcha hacia el Norte. Tal sería la sorpresa de los marineros al descubrir que ese famélico brillo era producido por una delgada capa de cristal que cubría la piel de un náufrago.
Una vez a bordo, los médicos le brindaron atención de urgencias, poco a poco su cuerpo comenzaba a retomar color, a la par, su respiración se hizo profunda y definida; sin embargo, aquella diáfana crisálida no desaparecía. Al principio los médicos e ingenieros pensaron que era algo de hielo; pero, a pesar que las mantas mantenían el cuerpo caliente, dicha capa no desaparecía. Al tercer día despertó le náufrago, sus ojos eran grises su barba marrón como la sangre seca.
El capitán en persona le dio la bienvenida, el naufragó se puso en pie, con un tono dominante y florido se presentó –Soy Sir Daniel Crusoe, Capitán del Conall- entre el asombro bañado por la comedia todos los presentes esbozaron una ligera sonrisa, Sir Daniel les explicaba que hace un gran tiempo sus cartas de navegación fueron robadas por unos funestos piratas, a pesar de haberles seguido muy de cerca, en medio de una tormenta fui apeado con violencia por las olas.
No habían pasado más de dos horas cuando toda la tripulación le consideraba un enajenado lobo marino que, en su sangre, la sal propia de las olas habitaba. Mientras caminaban por la cubierta, Sir Daniel asombrado preguntaba por la extraña madera de color gris y dureza inimaginable de la cual el barco estaba hecho, eso más que el tamaño de la embarcación era lo que se apoderaba de su asombro.
Al escuchar semejantes disparates, consideraron prudente enviarlo a enfermería para medicarle con sedantes, de ésta forma evitar problemas; lo que empezó como historias jocosas y míticas ahora asustaba a quienes las escuchaban. Justo cuando le tenían amordazado e inmovilizado la alarma sonó, cerca de ellos un remolino había emergido de entre las calmadas aguas del Atlántico Norte, la tripulación tomó posiciones, el Capitán se encontraba en la sala de mando, todos trabajaban para evitar la catástrofe de un hundimiento.
Desde la cabina el Capitán observó que en la cubierta se encontraba el señor Crusoe, quien había escapado debido al caos en el navío, Sir Daniel hizo una reverencia bastante arcaica, a la par, del remolino una sirena gigante emergió, el olor a madera inundo el gigantesco portaaviones, dicha figura estaba adherida a la proa de una majestuosa Carraca, ésta pairó adosándose al estribor del poderoso Super Carrier, El capitán Sir Daniel Crusoe se terminó de despedir e inmediatamente saltó hacia su hermoso Conall, una vez allí, se izaron las velas y el navío comenzó a marchar tan rápido que, pasados treinta segundos se perdió en el horizonte. El capitán Smith revisó rápidamente el radar sin utilidad aparente, ya que dicha nave no se veía allí.
Así, el Conall tuvo nuevamente Capitán y logró dar alcance a los temerarios piratas, pero es una historia que se ha de contar en otra ocasión.
La magia de la aventura puede estar al nudo siguiente.
ResponderEliminara una Legua de distancia. :P
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