La señora Rodríguez salió esa mañana rumbo a la casa de su anciana madre, a cumplir la cita semanal. Sentía amor y respeto por ella, pero había ciertas cosas que le incomodaban de estas visitas. La señora Martínez, su madre, nunca estuvo totalmente bien de la cabeza, pero últimamente las cosas habían empeorado.
Se mudaron hacia no más de tres meses a la casa contigua una familia proveniente del caribe, la señora de la casa era una mujer de tez clara y caderas muy anchas, pelo ensortijado y un gusto extravagante por la comida marina y los animales exóticos; su esposo, podía llegar a ser el hombre más negro que la señora Martínez y la señora Rodríguez pudieran haber conocido en sus vidas, y su pasión, era la música calipso, por lo que maracas sonaban a diario en la casa de al lado.
La señora Rodríguez estaba segura que, entre maracas y papagayos, su madre habría de desvariar más de lo acostumbrado, pero las cosas empeoraron ese día, pues la señora Martínez solo hablaba de ornitorrincos que bailaban calipso y pelucas voladoras. La señora Rodríguez, preocupada por estas palabras, decidió llevarla al porche para que tomara un poco de sol.
Fue entonces cuando un estruendo tropical estallo en la casa vecina, y aves de mil colores llenaron el barrio de increíbles imágenes de cuentos sobre manglares, en esas, un ave azulada con cola marrón se acercó a la señora Martínez y robo su peluca dorada. La señora Rodríguez, absorta por lo sucedido, no volvió a tomar a su madre por loca, en cambio decidió mudarse con ella para así tener tales maravillosos desvaríos frecuentemente.
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