Tres veces en lugares diferentes, ¡No puede ser simplemente una coincidencia! No puede ser.
Sin embargo, la gente que bailaba en la pista y aquellas luces parpadeantes conspiraron en su contra, cuando logró acercarse ya era tarde, se había esfumado; una mirada inquisitiva al lugar dictaminó aquella ausencia. Otra vez será –repitió él- otra vez será…
Esta imagen se fermentó por noches enteras; aquel rostro pequeño, la sutil forma de su espalda, una cintura perfecta, mirada cautivante, esa sonrisa eterna. Su vida se dividió en dos, un exitoso empresario inmerso en el mundo de la tecnología y aquel jovial enamorado que cambiaría todo por simplemente sentir su piel.
Los meses nacieron y murieron.
El restaurante era ligeramente circular, las luces iluminaban sutilmente las mesas mientras la chimenea mantenía tibio el lugar, al fondo se encontraban los músicos entonando un jazz lento. Las paredes rústicas contrastaban increíblemente con la panorámica del edifico y la hilera de rascacielos en la distancia, a la izquierda en la barra, una hilera de asientos aterciopelados y una dama bebiendo un licor claro mientras sonreía.
-¡No lo creo! ¡No lo creo!
Sin dudarlo se dirigió hacia la barra abandonando así a sus compañeros de trabajo, por unos momentos las palabras fueron exactas, los gestos precisos, las intenciones claras. A su oído, la seducción se liberó como una bestia sedienta, la dulce voz de aquella mujer despertaba su piel, agitaba el corazón. Se sintió desnudo cuando ella simplemente le contempló, observando su cuerpo cual predador al ataque, disfrutando de su ansiedad y temor.
La música era suave, la alcoba fría, la noche joven…
Un placer carnal llenó de vapor la gigantesca habitación mientras el silencio de la oscura estancia era cortado por aquellos majestuosos gritos de goce. Su corazón latía más rápido, la noche era sublime con cada movimiento, el mundo no importaba.
Abrió sus ojos, al costado de su cama una nota bajo Tigridias; se bañó de inmediato, trabajó enérgicamente. Luego de salir, tomó las flores en su mano izquierda mientras llevaba la dirección en la derecha, al llegar a una esquina, atisbó el paisaje para finalmente encontrarla al otro lado de la calle, antes de cruzar unos carros pasaron entre ellos y así mismo el fugaz encuentro, sonriente se evaporó sin despedirse.