miércoles, 18 de agosto de 2010

De la Madera y otros Ángeles.


Y el verbo se hizo carne…
Ante mí, firme y serenamente la representación de todas mis ideas se acoplaba perenne sobre mis manos; su dulce olor a ancestros sumado a aquel espíritu sabio contaba innumerables secretos que sobrepasan los tiempos. Me tome un ínfimo segundo de cordura y determinación para finalmente perderme en su imagen. Pasaron lo siglos y flotando en su eterica presencia, lo entendí.


Plasmé mi imagen en ella; con audacia y sin descanso me dedique a crear concibiendo las formas y los colores, el tiempo y espacio para finalmente perder la noción de los mismos; ahora, yo era parte de mi creación, su propio olor impregnaba mi ser, mi espíritu descansaba sobre esta.
Le contemple y una humilde paz recorrió mi ser, la llama divina de la creación me recorría, un energía indomable me poseía, grite hacia mis adentros, inhale más y más, para finalmente dar ese tierno suspiro de vida.

Me proclamaron Dios, pero les asegure que era un humilde carpintero.

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