martes, 17 de agosto de 2010

Alma de marinero

¿Me amas?

-Con la misma fuerza que Dios gobierna y los demonios cazan.
¿Qué tanto me amas?
-No existe medida alguna para describir las sensaciones que tu existir despierta en mí.
¿No sé si pueda amarte?
-Calla, cierra tus ojos y entrégate a tus sentidos, deja que este breve instante acune la magia, las pasiones, los sueños y deseos; olvídate del mundo, piérdete en el tacto compartido, en la ausencia de dimensiones, en el olvido infinito.


Sus ojos temblaban con inocente picardía mientras lentamente se cerraban hasta caer en un profundo y sensual sueño, sutiles, ingrávidos y serenos, sus labios se abrían mostrando aquel carmesí deseo; El alabastro en su piel contrastaba con sus ojos de Marquina.

Pero –dijo ella aún con duda- no existe arte sin práctica y naturalidad, la castidad ha sido mi velo y Dios es testigo de cuan cierto es ello, has sido un gran hombre, eso no lo pongo en duda, pero, ¿Cómo ser la mujer ideal, si por escuela tengo el silencio y por vida la soledad?

En mis grandes viajes –añadió él- musas y ninfas por igual se me han ofrecido, no perseguí gloria ni placer, mi mente siempre se ha encontrado atada a ti, sin embargo, es natural en el hombre amar a una mujer y para ello las Moiras han tejido un destino lleno de encuentros, cada vez que me entregaba a alguien, lo hacía en cuerpo y nada más, mi corazón y espíritu desde y por siempre han de pertenecerte.

He sido gobernado por un silencio tan grande como el tuyo, noche tras noche, en la inmensidad de los mares tu imagen ha aparecido en sueños para liberar la opresión de una vida doliente, guardé ayuno para entender el destino y sus alegorías.

-La tensión de aquella plática fue transformada en un abrazo de carne y sudor, el llanto de libertad expresado en sollozos de placer, eran acompañados por suspiros fuertes impregnados de Ron y el sonido mecánico de una antigua cama. Catorce lunas despuntaron y murieron, con ellas la mudez de la noche era cortada por los tajantes gritos de una dama en flor que con ímpetu se descubría ante su naciente amante.

La luna menguante empezaba a ser borrada por el sol de un cálido Lunes, cuando los primero rayos acariciaron el plácido rostro de aquella mujer, de él, solo el temblor en las piernas y su sudor quedaban; una nota sobre el vestido indicaba que era designio divino zarpar con prontitud, y, que en las noches marinas sería la imagen de su carmesí aliento aquello que le brindara fuerzas para continuar.

La promesa de un reencuentro mantuvo viva y candente su espera; los años pasaron, del noble, perenne y pragmático hombre solo los reflejos quedaban; aquella dama de nácar se entregó en cuerpo a la hilera de navegantes que, con elocuencia y virilidad lograban revivir las promesas entregadas en antaño, aunque su alma y corazón siempre pertenecieron a una promesa con voz de poeta envuelta en el cuerpo de un titán.

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