En el medio de la noche, con la lluvia ahogando los sonidos, Emmanuel entendió lo cruda que es su realidad. Arrojó el chuchillo al suelo mientras lentamente teñía el camino con un ligero hilo de sangre marrón, se miró sus manos gruesas –viejas y orgullosas- contemplando las tantas vidas que entre ellas se habían esfumado.
Un rayo cayó a unos cien metros haciendo explotar un árbol, ahora; cientos de fulgurantes torres de energía se elevaban majestuosas y despiadadas por el cielo nocturno. Uno, Dos, ¡TRES! Rayos caían ante él, como si un dios se mofase de su debilidad.
Por vez primera en su vida, Emmanuel, de cara dura e inexpresiva, sintió temor, un temor que helaba su carne y extinguía aquel malévolo espíritu. Emmanuel, en medio de la noche, como un hombre de fe se arrodilló, Emmanuel como un hombre sin dios pidió perdón.
Debil!
ResponderEliminarEl destino nos encuentra a todos, y no vale correr, no vale esconderse.
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