Digamos que yo no estoy aquí, que no he venido y, por lo tanto, ni veo ni oigo nada.
Pongamos que mis sentidos, ante mi supuesta ausencia, no sirven para nada. No puedo tocar, oler ni saborear lo que hay a mi alrededor.
Pongamos que mis sentidos, ante mi supuesta ausencia, no sirven para nada. No puedo tocar, oler ni saborear lo que hay a mi alrededor.
Imaginemos, por un solo instante, que sé que hay un montón de gente junto a mí que me habla, me toca y me acaricia. Los hay que lloran, que rezan y que, con mirada ausente, se pierden en sus pensamientos. Los hay que ríen, cantan y que, con destellos en los ojos, dan rienda suelta a su alegría.
Y ahora veamos la realidad.
Veo y oigo a todos. Huelo y siento los perfumes de personas y cosas. Saboreo, sin poder remediarlo, un adiós. ¿Por qué ellos no me oyen?, ¿qué me pasa? Mi cerebro no sabe qué pensar y por momentos rozo la locura. Grito, pataleo y gesticulo, pero es imposible. Para ellos no existo.
Muerte, no, la muerte es algo pragmático, una maldición, es esto una maldición, desde el principio mismo, desde Caín padre hasta mí. No, no me oyen, para todos ellos estoy muerto, aún es de día, la bestia debe esconderse hasta que la noche –maldita y oscura- le permita despertar. No grito, no pataleo, no gesticulo; es todo una ilusión, una maldita esperanza que surge mofándose de mi aún vívida humanidad.
Oh, traicionado por el deseo, era blanca como la luna, fría como la nieve; un tonto enamoramiento, un maldito enamoramiento. Sire, así es como le llaman, sí, Sire. Es ahora mi madre, una madre que condena a un hijo con frialdad y sin remordimiento, no podre llamarle madre mientras le desee, no podré llamarle madre cuando le añore, ahora sólo me queda maldecir, maldecir cuando veo su rostro en mi memoria, desfilando como un cáliz lleno de arrepentimiento.
Asumamos que todo fue un sueño, que no oigo realidades sino voces en mi mente, que no he muerto, sólo descanso apacible en mi pequeño colchón, asumamos pues que despertaré y me encontraré de nuevo en una monótona vida, viviendo feliz con las migajas de un mundo que no me valora. No ¡NO! ¡Esa fue la razón!, el mundo no basta, la vida no basta, el conocimiento no se detiene, aún quedan obras por ver, piezas magistrales por escuchar, es eso, ese es el verdadero peso de mi condena, una vida no basta, ella, ella… Ella sólo se identificó conmigo.
¡Maldita madre! Ya se acerca la noche y tengo hambre, despertaré agónico y la bestia me guiará, sólo espero que mi familia esté lejos, aún les quiero, aún no estoy listo para la prueba final.
Me ha encantado!, el mundo no basta, la vida no basta, el conocimiento no se detiene... :)
ResponderEliminarEl primer comentario que dejas querida Martha, qué felicidad.
ResponderEliminarLos tres primeros párrafos no son míos, es un ejercicio, tomé esos párrafos y continué la historia.
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