viernes, 18 de marzo de 2011

Et quacumque viam dederit fortuna sequamur.



Ávido por el viaje le recordaban sus amigos. Día y noche durante tres menguantes preparó todo: víveres, ropa, ganchos de escalada, carpa, en fin, un sin número de aditamentos dispuestos siempre para solventar cualquier desdicha. También durante esos ochenta y cuatro días su madre le aconsejó abortar tan disparatada empresa, viajar siguiendo el rumbo del viento es propio de orates le recalcaba ella, sin embargo; los espíritus libres no pueden ser destinados a mundos monocromáticos y paredones con barrotes, por tanto, con el fulgor de la mañana partió…

Conoció rostros y lugares tantos como pudo aunque no se acercaba a aquello soñado durante toda su vida, descubrió el hambre y el llanto, dolores y mitos.

El tiempo y destino le alejaron de su cálido hogar, luego de meses de andar, llegando  a un remoto caserío le advirtieron dos veces, ¡aléjate del camino, por el día pierdes rumbo y de noche la vida! Sin dinero para pagar un pasaje hizo caso omiso a las advertencias, llegada el alba salió. Una ruta de sesenta minutos se transformó en senda de doce horas, la noche caía acompañada de ligeras gotas de agua que intrusas cortaban la neblina, el viento susurrante conspiraba junto a las lechuzas del lugar, su cordura se veía afectada por aquella falta de visión.

Atisbando inútilmente el aire, tropezó. Al alzar la mirada una dulce mano se extendió, en aquel rostro vislumbró las facciones más sencillas y nobles jamás soñadas, la tierna damisela le auxilió. Ella caminó junto a él para que éste no se perdiera, ya entrada la noche las sombras de los árboles maquinaban en su contra.

-¿Es verdad todo lo que cuentan los lugareños? –preguntó él-
-¿Qué cuentan?
-Hablan de espíritus y bestias, creaturas que atacan a los incautos transeúntes.
-Ah sí –su voz empezó a temblar-, cuentan que el bosque está vivo, a aquellos indignos les carcome el alma, cuentan también que en las noches de plata gris como ésta, los hombres lobo atacan.

Al levantar la mirada notó que aquel extranjero parecía sumido en un trance, los haces de luz que se escurrían entre las copas de los árboles y el oscuro firmamento, atacaban su piel, que, traslúcida, revelaba el alma de un demonio, sin tiempo para reaccionar fue devorada por un hombre lobo de ciudad, una malévola creatura que ronda los apacibles bosques a la espera de incautos lugareños. 

1 comentario:

  1. Hay que respetar a los bosques tan viejos como el tiempo, Frodo.

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