miércoles, 30 de marzo de 2011

Fidelidad

Do not smoking decía en letras negras el cartel.

La princesa miró el cartel y riendo dejó salir una tosca bocanada de humo, continuó fumando uno tras otro hasta que el sol poniente se colaba por la ventana. -Veinte años, nueve meses, veinticinco días- se dijo en voz alta, anotó la fecha en su diario y melancólicamente suspiró.

-Hoy tampoco llegó –se repetía resignada- ¡aquel cuento de príncipes nunca se dará…!

Antes de recostarse en esa vieja cama de gloria pasada se miró en el espejo, algunas canas se asomaban por su frente la cual  con arrugas advertía el tiempo, su cintura no era esbelta como en aquella época dorada del reino, ahora; el rigor de los años sumado a aquella dictaminada soledad reposaban en forma de grasa sedentaria, arrugas prematuras y dientes amarillos por la nicotina.

El antes majestuoso ventanal que le daba la bienvenida al Sol y destinado a ser el pináculo divino para recibir un sucesor al trono, no era ahora más que ébano retorcido por la humedad. Las paredes de alabastro se teñían por el humo de inconmensurables cigarrillos (amantes oportunos en los inviernos fríos) La monótona habitación estaba maldita, era pues su única compañera, testigo de añoranzas y decepciones, le odiaba y amaba por igual.

Veinte años, nueve meses, veintiséis días- se dijo en voz alta, anotó la fecha en su diario y melancólicamente suspiró.

Los días se enfilaban sin enseñar cambio alguno salvo el demostrarle frente al espejo como la crueldad del tiempo hacia mella en su aún virginal carne.

Veinte años, nueve meses, veintisiete días- se dijo en voz alta, anotó la fecha en su diario y melancólicamente suspiró.

A su puerta sólo llegaba su fiel vasallo a traerle las provisiones de carne, frutas, quesos (y cigarros) entre otras cosas.

Treinta años, seis meses, doce días- se dijo en voz alta, anotó la fecha en su diario y melancólicamente suspiró.

Pudo creer que el mundo no estaba destinado para ella, pudo considerar marcharse lejos con su fiel vasallo o con las formas masculinas dibujadas en la pared producidas por el hollín de tantos años, pero; en vez de eso, continuaba anotando.

Treinta años, seis meses, trece días- se dijo en voz alta, anotó la fecha en su diario y melancólicamente suspiró.

Pero su príncipe no llegaba, ni caballo, motocicleta, a pie o en avión, ni obligado ni ofrecido. Y su alcoba era un remanso de polvo con llanto. Encendió otro cigarro y se sentó en la cama de aquella atemporal habitación.

Treinta y dos años, tres meses, quince días- se dijo en voz alta el vasallo, quien miraba tristemente el rostro de su princesa quien  había muerto esperando el amor de alguien inexistente mientras el que él le ofrecía era inadvertido. Anotó la fecha en un diario, encendió un cigarrillo, se recostó en la vieja cama añorando  morir, para así ver nuevamente a su princesa  en la otra vida y decirle que siempre le será fiel.

Treinta y dos años, tres meses, dieciocho  días- el vasallo murió…

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