sábado, 26 de marzo de 2011

Volar.

El frío de Hungría ya era recuento del pasado, el sol entibiaba los barrotes al amanecer, pero aquella luz nunca tocaba su piel… Veintitrés años han pasado desde su lúgubre condena; su esposa ha muerto, dos hijos le olvidaron, una vida de miseria ha sido casi siempre su vida. Se encontraba ahora entre parias y proscritos  añorando la tan lejana libertad. Defendió sus creencias incluso cuando éstas le brindaron una fría prisión.

Cada amanecer era un gris y monótono despertar, Vince no sentía mayor vida en esa jaula. Cada mañana el trinar de un pájaro en un Olmo cercano le hacía anhelar aquella soñada libertad, en una alborada primaveral, cuando el aire se colaba virginal entre los barrotes de la ventana, notó que el ave se posaba. La magia de ese momento hizo que por vez primera se sintiese acompañado, tomó unas migas de pan y le dio de comer.

Los días pasaban y la amistad crecía, la compañía de esa ave despertaba en él una empatía negada décadas atrás. Dejó de sentirse solo, dejo de temer y renegar. Sin falta desde los oxidados barrotes trinaba sin descanso su amiga, le hablaba del sol en el Oeste y de las tiernas praderas del Sur. Le contó historias de héroes y próceres, historias que el tiempo ya había olvidado.  Con ella vivió en tierra su condena y con ella en el aire vivió la libertad.

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