lunes, 18 de octubre de 2010

6025 Jorge Eliécer Pacheco *

Quizá se dio cuenta, como el general Aranda, de que sus manos podían igualar su espíritu; de que no eran una simple herramienta sino parte imprescindible de su ser. ¿manos4 Acaso leería la historia de Aranda? Prefiero pensar que sí; prefiero imaginar que la leyó antes de verlo en las calles intentando tocar las manos de los otros. Porque fue así como lo conocí. Lo sorprendí correteando a las jovencitas por el parque después de haberlas obligado a tomarle de las manos. Por qué me las quita si ahora son mías, gritaba mientras la joven desaparecía por la carretera. Después, casi lloraba. Lo encontré en el autobús intentando ayudar a los pasajeros a bajar del vehículo (hombres y mujeres), tomándolos de las manos, por el simple placer que esto le producía. Cuando alguno se negaba o las manos irremediablemente abandonaban las suyas, casi lloraba. Lo vi de lejos estrechar la mano a un desconocido arguyendo que se conocían; cuando el hombre notó su locura, él —casi lloraba.
Y así se pasaba todo el día, coleccionando roces de manos y aguantando las ganas de llorar. Hasta que un día, lluvioso por cierto aunque nada tenga que ver, lo hallaron muerto.
Después de hablarlo con mi amigo Navidad y de recibir su reprimenda por no haberme interesado en el tema desde el principio, al menos por simple provecho literario, decidí iniciar la investigación del hecho. Y a estas consideraciones me ha llevado.
Lo llamaré José, pues nunca supimos su nombre. Fue encontrado entre bolsas de basura. Muerto por estrangulamiento, con fuertes golpes en la cabeza y totalmente desnudo. Como es habitual no hay testigos. Lo encontraron los barrenderos del lugar, pero aseguran no haber visto nada. Acostumbrado a esto ni siquiera insistí. Revisé el cuerpo. Parecía estar vivo, sus ojos aun brillaban. Le miré las manos, los pies. Busqué heridas con objetos contundentes: nada. Sólo hallé golpes en la cabeza, cuello destrozado y un número escrito en su pierna derecha: seis mil veinticinco. Esto último me dio en qué pensar.
Los análisis fueron sorprendentes. Al parecer José se había asfixiado a sí mismo: se encontraron indicios en sus manos. ¿Había podido mantener su fuerza aún estando sin aire? Sin embargo, los signos de estrangulamiento encajaban perfectamente con el ángulo, la altura y muchas otras cosas que no es menester mencionar aquí. Pero esto poco me importó (con el perdón de Navidad). Seguía pensando en el misterioso número en el que, creía, se encontraba la explicación del misterio, que entre otras cosas ya se había resuelto.
Aunque me lo explicaran desde el principio, que mira las marcas del cuello, que los golpes se deben a la caída que siguió al estrangulamiento, que la ropa se la habrían robado… yo decía: ¿Y el número? Y ellos callaban un momento antes de volver a repetir la misma historia.
Esa noche, mientras salía del trabajo caminando, no sobre el suelo sino sobre mis furtivos pensamientos, me crucé con un compañero. Este se despidió estrechándome la mano y yo, sin razón, pensé en un número. Luego, llegando a casa, sin quererlo en verdad, toqué violentamente la mano de un desconocido que se disponía llamar al ascensor, me disculpé y pensé en otro número. Ya solo, comprendí cuál era el significado de aquella cifra que José llevaba; y escribí en mi pierna, donde sabia que nadie lo iba a notar, el número dos, iniciando así mi propia cuenta.
12. VI. 2008.
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(*) Colaborador. Bogotá 15 de Julio. Licenciado en español y literatura. Investigador y escritor, ha publicado ensayos y cuentos en antologías y revistas sobre literatura y educación.

3 comentarios:

  1. Sé que publicar ésto sin más puede simplemente entenderse como un acto de pereza; pero, en verdad me alegra encontrarme con tan curioso texto -No por ello desmeritar su construcción y calidad-

    Espero éste Cuento pueda ser leído por muchas personas, además, les recomiendo pasar por el Blog de Jorge Eliécer Pacheco.

    Jorge, espero no tomes a mal que publique tu cuento acá, espero haber cumplido con las normas mínimas de Autoría.

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  2. No se preocupe, me alegro que lo comparta. Únicamente quisiera aclarar que el cuento no lleva como título mi nombre (vanidad de vanidades), sino una cifra: 6025. De nuevo gracias por la publicación. Un abrazo.

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