jueves, 7 de octubre de 2010

Santería

-¿Simplemente debo enterrar estos huesos y ya?
-Es más que eso, apenas la luna mengue debes enterrar la bolsa completa en un lugar que apunte hacia el norte, cincuenta y seis noches ha de permanecer ahí. Cada cuatro anocheceres debes repetir esta frase en voz baja y así el amor llegará a ti.
Aún lleno de dudas pagó por tan extraño artículo y se dirigió a su casa. Como tal, era un hombre feliz; sin embargo, la idea de un beso eterno o aquella imagen de infinita compañía no podía más que motivarle a soñar con el tacto de una mujer perfecta.
Cada noche llenaba su cabeza con ideas de mil maravillas, cada cuatro días se imaginaba un rostro diferente: caucásica, morena, sutil, fuerte, da igual… Sus ocasos llenos de locura aceleraban su corazón mas nunca lograron alterar aquel recio carácter y tan afable mirar. Cincuenta y seis noches al fin pasaron y nada más pasó.
La luna se levantaba en lo alto, llena de luz y poder, los rayos que se colaban entre los árboles del lugar alcanzaron aquel rústico santuario. De la nada, una etérea silueta de alabastro se alzaba magnánima, atravesó la pared del patio y entro a la casa, luego de subir las escaleras y traspasar la puerta pudo cruzar mirada con su libertador.
-¿En verdad eres tú? –Ella simplemente sonrió- Largas noches he dedicado mi vida a soñarte, mas mi mente queda corta al contemplarte entera, si mil…
Interrumpiéndole se acercó y con sus tenues manos tomó su rostro, un beso eterno se empozó en la boca de aquel soñador que, caía inerte y con una expresión de felicidad.
-Gracias.
Dicho esto, aquel ángel abrió la puerta, salió por el patio y se perdió en el bosque aledaño.

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