miércoles, 27 de octubre de 2010

My Sweet Lord

Había decidió verle, no importaba como, pero quería volver a verle. Así que sentado en la banca 14 del parque de la calle principal, todas las tardes a las tres, llegaba con su guitarra para tocar esa canción, que le había visto interpretar la vez que se robo toda su atención. Era de pensarse que lo hacía por volver a ver a una mujer que le hubiese encantado tanto como para realizar semejante esfuerzo, pero sus conocidos se llevaban una sorpresa, y a veces un disgusto, cuando les revelaba el verdadero objetivo de sus atenciones. Una fría tarde de septiembre, George habría visto sentado en esa banca, a quien se había convertido en la personificación, un tanto idealizada debía admitir, de su benevolente Dios.

1 comentario:

  1. Las palabras siempre nos pueden comunicar con las personas; sin embargo, la música puede simplemente llenar el alma con divina paz, debe ser un celestial mensaje supongo. :)

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