jueves, 21 de octubre de 2010

Natha

Terminó cortar los kiwis, uno a uno fueron dispuestos en forma circular sobre la tarta de manzana y avellanas. Secó sus manos, sacó la carne del horno, -su olor empezaba a elevarse por la cocina- rápidamente la pasó a un bowl, luego de agregarle unas hojas de menta fue delicadamente tapada, hizo una pausa y empezó a cantar.

Esa dulce boca entonaba las mismas nanas enseñadas en su primera infancia, aquellos  labios bermellón  tentaban a cualquier posible transeúnte, sus manos coqueteaban con los ingredientes, sin más, verle sonreír era encontrar el Edén…

Aquel oficio planteaba una revolución de tacto gentil, dadora de vida, encantadora, mística, cotidiana. Una ley de entrega y sentir. El jugo de naranja se había reducido a la mitad, agregó aceite de sésamo, algo de perejil, pizcas de pimienta, así terminó la vinagreta. Sirvió todo junto a unas esferas de papa y mostaza, acompañó con un vino.

Mesa para dos y un puesto vacio, cada nueva noche una víctima voluntaria del sentir ha de conocer  los sublimes sabores encerrados en el arte más secreto.

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