jueves, 28 de octubre de 2010

Muerte.

Hola mi amor -dijo sonriendo- ¿Está éste asiento ocupado? Bueno, entonces es un placer…

La miró con constancia e ingenua ternura, sacó su guitarra y declamó notas de amor y esperanza. Sus dedos jamás se habían expresado con semejante gracia, el canto fue inevitable, la sonrisa imperecedera; mas ella no lo determinaba. Sin entristecerse fraguó mil versos, ideó posturas flirteadoras, y siempre sonrió.

Nadie supo a ciencia cierta cuanto tiempo duró el cortejo; pero, quienes frecuentaban el parque afirmaban que aquel loco de la guitarra murió sentado en la banca,  añorando su dulce princesa, sin saber que ésta le acompaña, desde el día mismo en el cuál le tomó por las manos y le invitó a descansar.

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