Los padres habían salido de casa, dejaron al mayor de sus hijos al cuidado de la menor, pero este muchacho inquieto se quedo dormido bajo las alas del libro semanal. Su hermana, aprovechando que no tenia centinela, se escabulló a la cocina, corrió el banquito hasta alcanzar la heladera, y se apoderó de lo que quedaba del helado que sus padres les habían preparado un par de días atrás. Sabía que su hermano se molestaría por esto, fue un regalo para ambos, pero no podía evitar el llamado de la delicia que reposaba latente entre tanto hielo.
Pasó por el cuarto de su hermano, quien descansaba plácidamente abrigado por Dostoievsky, sintió remordimiento, hasta que recordó que su tesoro más preciado aún se encontraba entre los vivos. Sobre una mesita en el comedor se encontraba una calabaza naranja llena de caramelos, había sido su botín del día de brujas que hacia unos días había tenido lugar.
Los llevo a la habitación de su hermano, y los dejo a su lado, como una ofrenda en son de perdón. Le beso la frente y se sentó frente a la ventana a contemplar los pajaritos bailar bajo el sol, con el tarro de helado entre sus piernas, y las galletas de Jengibre que su padre dejó para acompañar al helado a su lado, pasó la tarde recreando las más sublimes historias de invierno, de día de brujas y de pueblo medieval, libre de remordimientos.
Qué lindo es encontrar inocencia y carácter en un personaje, me agradó la historia.
ResponderEliminarPueden converger, ella es un buen ejemplo :D.
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