jueves, 18 de noviembre de 2010

La insoportable discontinuidad del sueño

Se asomo a la ventana, el humo de cigarrillo creaba pájaros en el aire, verlos flotar, placidos y viajeros le incitaron a despegar por el marco de la ventana. El sonido del chirriar de las llantas le devolvió la percepción de profundidad. Regresó a la alfombra polvorienta que aunque fuera la razón por la cual estornudaba prolongadamente, ni la sacaba del lugar, ni le sacaba el polvo. Le gustaba estornudar, era pues, desde hacia mucho tiempo, el único evento en el cual sentía que poco podía controlar su cuerpo.
Los libros amontonados en la esquina, donde solía ir una estantería hecha a mano, en ese mismo lugar, era un recuerdo de lo que hacia un tiempo había salido de allí, para no regresar. Su mente solo podía repasar los títulos acumulados, desolados por el abandono, le hacían saber sus lamentos. No quería convencerse de que fueran los suyos, eran los lamentos de cientos y cientos de personajes desolados por la ausencia.
Decidió salir de aquel lugar, se había cansado de que las paredes se encogieran sobre ella. Sus ojos se posaron sobre la carretilla sobre la cual reposaban las flores que su vecino le llevaba diariamente a su mujer, diariamente desde hacia mas de cuarenta años. Suspiró, no habían sido ni cuarenta meses cuando volvía a ser ella, y solo ella compartiendo con ella el espacio interminable de una cama para dos.
Teclados a media noche la despertaron, el espacio interminable de la cama para dos se veía ahora como un lugar hacinado por la intrusión de aquel sujeto, que si bien no era extraño, ella deseaba que lo fuera.

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