Como era habitual cada final de año, en el carnaval, la gente se reunía en torno a la plaza central para realizar tan antigua y mística mascarada. En el fondo de la calle blanca –tal cual el conocían los lugareños- un grupo de jóvenes danzaban al compás de las tamboras mientras las estrellas les acolitaban sus pasos, así, lentamente, se unían a la gran sinfonía de trajes, antifaces y cánticos.
La gente se transformó en animales; feroces, sutiles, gráciles, intrépidos, perezosos, desafiantes, intrigantes… …caballeros anacrónicos desfilaron cortésmente mientras flirteaban con aquellas damas de perenne sonrisa y encanto descomunal.
El viento sin temor decidió ser participe, con gracia robaba antifaces y se colaba entre las piernas de los hombres-sueños, aquellos que corrían para alcanzar sus ingrávidos accesorios despertaban en la multitud el espíritu del carnaval mismo, ya entrada la noche era fiesta y alegría.
También llegaron los hombres-hombres, distantes viajeros que recorrían en tren sus monótonos caminos y que místicamente quedaron atrapados por la muchedumbre que ahí reía, aquellos seres de gris vestir fueron seducidos por la magia misma; pero, el espíritu del carnaval fue vehemente, caprichoso. Los hombre-hombre fueron los únicos invitados que lograron ser participes del evento sin usar un solo disfraz, desnudos, libres cual hombres-sueños.
espléndido
ResponderEliminarMuy bueno...debria probar con la cuenteria XD
ResponderEliminarJajajaja, lo tomaré como un cumplido.
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