Perder a un hijo desanima a cualquier ser, más cuando es su único hijo, desde esa tarde gris en la que vio como cruelmente le azotaban y asesinaban, Dios no pisaba la tierra. Decidió vagar libremente por el espacio, tal vez dar uno o dos paseos, comprarse unos cigarros, retomar viejos proyectos, empezar algunos para entretenerse.
Al regresar vio con asombro que los Judios por fin habían alcanzado la tierra prometida, bueno, no se parecían mucho a aquellos hombres nómadas de piel bronceada por el sol del desierto, pero sin duda, el lograr cruzar el océano y llegar a ésta tierra venidera era un acto concebido sólo por los más píos. Alegre –y con amnesia de perdidas- empezó a recorrer las montañas, los ríos, se entretuvo recostado sobre las nubes, explorando tal cual caverna, reconociendo su creación.
Tan grata visita fue sesgada, mientras recorría invisible las ciudades, escuchó cuanto se habían malformado sus leyes, de “No Robarás” pasó a “Déjelo Sano”, de “Honrarás a Padre y Madre” a “Todo Bien Cucho” de “No Desearás a la Mujer del Prójimo”, a ” Sano Parce, Deje el Visaje, Yo No Me Pienso Meter Con Sus Hembros” Esa fue la gota que rebosó el vaso.
Dios, triste y decepcionado, descubrió que los macro-proyectos deben ser supervisados sin interrupción, agotado por las decepciones y la edad, emprendió una nueva empresa, que incluía la adecuación de aquella tierra prometida, pero, sin la necesidad de viajar –creo que escogió una isla- un pueblo designado por él –a lo mejor pequeño, de ésta forma evitaría problemas- con un lenguaje sencillo para así no caer en la tergiversación.
¡Bien! –Exclamó él- Los Rocotas serán, total, no se tienen que desplazar y con doce letras por alfabeto, ¡no mal formarán mis designios!
"¡no mal formarán mis designios!". BIEN!
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