-¡Lo juro! Le digo que ese mismo día, apenas terminó la feria me fui para la casa, allá, en el cruce donde está el Bambú grande, ¡Allí mismo se me apareció!
-¿Está seguro que no era por la borrachera?
-¡Se lo juro, por mi santa madre y usted sabe que no me gusta jurar en su nombre!
-¿Cómo va a ser? Pues yo he escuchado de brujas, es más a mi tío Orlando cuando era crió una lo rapto, menos mal mamá grande le rezaba a las ánimas y lo regresaron pronto, pero, en verdad nunca había oído que se aparecieran por el cruce, eso mínimo fue desde que se murió el cura ahí en la casa de doña Cristina.
-Eso fue horrible mano, cuando yo pasaba por ahí, sentí una brisa y cuando me volteo veo esa cosa que se me hecha encima, yo solo corría, eso del susto se me pasó la misma borrachera.
-Eso son patrañas [gritó José desde el rincón de la caseta] Las brujas no existen, ustedes se emborrachan y confunden un chulo con una bruja, ¡Cómo será donde vieran un Fara! mínimo dicen que es el perro del diablo.
La charla se hizo cada vez más densa, agreste. El bullicio de la música coreada por los insultos fue interrumpida de un solo golpe con el sonido de un revolver disparado, en lo alto de una mesa José apuntaba a los borrachos disonantes.
Pasadas unas horas, la luna era opacada por los grises nubarrones, zigzagueando en la oscuridad, José logró llegar hasta el pomo de la puerta y entrar a su casa.
-¡Amor he llegado!
-Mi cielo siéntate…
Mientras José se quitaba las botas, ella, posaba dulcemente sus manos en aquellos fornidos hombros, a la par, sus labios se detenían en su cuello para así robarle su energía vital.
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