Un mordisco de tierra, un gran y despiadado mordisco. Así terminan las eternas noches de compañía, aquella calidez vehemente, las miradas precisas, la cofradía obsequiosa.
Luna tras luna las indómitas brisas atacaban sin piedad, queriendo sumir en el olvido mi voluntad, arremetiendo despóticamente contra mí y aquellos acólitos proyectos. En la inmensidad de la noche, gobernados por la anárquica oscuridad, era tu compañía una excusa, un motivo; la intempestada cárcel del silencio solo alimentaba tu dulce voz…
Hoy te extraño sin más, contrito por mi ausencia, maldiciendo mi torpeza espiritual. Tal vez mis manos cobijando tu dulce rostro te hubieran abrigado ante el inminente deceso, tal vez una moneda te aseguraría un viaje sin errar camino, tal vez un abrazo sanaría el dolor de recordarte devorada por la tierra, encerrada en un ataúd.
Q.E.P.D
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