sábado, 11 de septiembre de 2010

A imagen y semejanza

Hoy caminaba por la calle y fue inevitable detenerme a oír aquella charla tan pintoresca, dos transeúntes discutía sobre la moral y el hombre –bueno, sobe la ética en sí- y como éste, hecho a imagen y semejanza de Dios era perverso, miserable y demás. Ergo, nuestro Creador no era el mejor de los dioses.
Ay pobres… Si tan solo supieran el progreso que Dios tuvo, aún recuerdo con alegría su primera creación, Âin, la del largo cabello, antes, mucho antes de la carne y sangre, incluso previo al barro, Dios era un niño amante de las crayolas. En una tarde algo oscura, iluminada apenas por algunas galaxias, Dios llegó de jugar y se sentó en el pórtico de su casa, mirando hacia el infinito pensó: ¡Cuan bella debe ser la gente que ha de habitar la creación! Dicho esto, miró a su alrededor, aquellos policromáticos ojos divisaron la creatura más hermosa sobre la faz del universo, su mamá.
Se recostó sobre el suelo y empezó a dibujarla; espalda pequeña, hermosas piernas, de labios carnosos, gloriosa sonrisa y la melena más desordenada y abultada concebida en tiempo alguno. Cuando terminó, vio su dibujo, esas piernas dispares, un hombro doce veces más grande que el otro, tenía hinchada una mano, medio tuerta, y afro gigante, visto esto sonrió afirmando así que todo estaba bien.
Âin, pobló la tierra en par eones, por donde se paseara los desérticos terrenos eran transformados en oleadas de color y textura –una mágica sinfonía- Sin embargo, Dios creció y la espontaneidad se transformó en tecnicismos –por algo estudio en aquella universidad de artes plásticas- en clase de escultura cuando decidió crear a Adán, su espíritu infante no le permitió destruir la tierra poblada por Âin, entonces le pidió un planeta extra al profesor, construyendo así al hombre, a imagen y semejanza del instructor.

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