martes, 28 de diciembre de 2010

Descanse en Paz Mr Wayne.


Lo que pensamos de la muerte sólo tiene importancia por lo que la muerte nos hace pensar de la vida. 

Charles de Gaulle 


Una desabrida esposa que solamente encuentra poesía en los placeres mundanos que el dinero facilita, una gran empresa llena de obreros malagradecidos y un montón de prójimos hipócritas e indolentes… Un triste final para aquel jovial soñador, que aciaga es la vida cuando sin familia encuentras monotonía en tu camino, cuando te cansas de caminar rodeado de máscaras y elogios, impregnado de eufemismos, siempre bien servido. 




Mr Wayne encontró su calvario al extraviar el sentido de su vida, como un zombi vagaba por los blancos pasillos de lo que se supone fue el mayor de sus logros, rodeado de desconocidos. Como un condenado regresaba a su hogar -a aquello que se supone se llama hogar-, y sin una sola caricia se recostaba esperando terminar su martirio. 



Año nuevo es casi siempre la mejor excusa para volver a empezar, tomando un crucero –motivado más por la insistencia de su esposa- descubrió como cambiar su vida, a bordo del Salavareth, conoció a la dulce Graüben, una indómita mujer que había vivido en la mar como nadie más, hija de un famoso Capitán, Graüben, recopilaba el coraje que Mr Wayne sentía fallecido, él, a sus 40 años comenzó a revivir la emoción que décadas de trabajo le habían arrebatado. 



Se enamoraron a primera vista, como si sus almas se conocieran desde hace eones, juntos idearon un método para escapar y vivir de la aventura, Graüben contactó a algunos amigos en diferentes lugares del mundo para poder asegurar algo de dinero extra y así comprarse un yate, con unos lazos diseñó un pequeño andamio, ella entró al camarote, regó las uvas sobre el suelo, impecablemente montó la plataforma y espero que se acercara la hora fijada. 



Mr Wayne llegó con prontitud, se detuvo en el umbral de la puerta y se sacó la ropa rápidamente, ella la colocó sobre el suelo -usando aditamentos propios de las fuerzas armadas podían entrar sin dejar rastro-, ella le disparó desde la ventana, se acercó y con un  bisturí quirurgico le realizó una incisión sobre el antebrazo para crear un pequeño charco de sangre, él salió y  la esperó en el pasillo que a oscuras aguardaba a la gente que celebraba gozosa bajo los fuegos artificiales de media noche. Ágilmente antes de partir, Graüben tomó un extremo de la cuerda, con gracia sobrehumana desató el lazo de los barrotes y lo extrajo del camarote sin que éste tocara el suelo.

Bajaron hasta la planta más inferior, tomaron una ruta conocida sólo por quienes conducían el navío, en ella, aguardaba un pequeño bote a motor, antes de abandonar la nave, dejó una carta a sus compañeros explicándoles lo sucedido y solicitando por tradición marinera que le guardaran el secreto, así, juntos, emprendieron una nueva vida, una vida llena de amaneceres en la mar, una vida como pocos lograrían imaginar.

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