El sol se tornaba naranja a través de la ventana de su cuarto, y el alfeizar era una cómoda estancia para poner a volar sus sueños metamorfoseados en un globo de color rojo que imaginariamente tomaba su propio camino sobre los tejados, la serenidad que la invadía se hacía tan seductora que le aceptó la invitación a alcanzar ese globo rojo que se había vuelto tangible y la llamaba a despertar.
Las flores malva crecían por entre las tejas y el cielo se fundía en el horizonte dibujando elefantes blancos e imponentes baobabs, la seda de su vestido bailaba con el viento y dejaba al descubierto, furtiva e indiscretamente, la extensión de sus piernas a los espectadores del efímero suelo.
Mientras se elevaba por los cielos, una suave risa acompañaba su sueño...
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