lunes, 13 de diciembre de 2010

La vorágine.

Un ligero haz de luz se empozó en sus párpados, lentamente fue retornando a la realidad y con sorpresa notó los ojos que sin fatiga le miraban con determinación, suavemente, mientras sus labios bajaban por el pectoral, aquel mirar dulcemente se mantenía estático; como un cazador, ella disfrutaba contemplando las reacciones de su presa…

Con un súbito giro se sentó en sus piernas,  desnudas se mezclaron confundiendo –y fundiendo- el tacto, sus manos se aferraban en sus hombros, él con energía involuntaria se perdió dáctilmente entre su ondulado cabello. Sus labios se acercaban y la humedad de éstos brindaban paz ante el sofocante calor del mediodía. Él se sentó, la alzó sobre su cuerpo,  fundiéndose con el deseo, besó su piel hasta descubrir el origen mismo de su nombre, recorrió con su lengua la caucásica crisálida que encantadora los mortales llamaban piel, la aterciopelada cárcel de un espíritu ávido de tacto, sus prisiones de carne y encanto.

Inmerso en los médanos palpitantes, decidió regresar a la tentadora tierra llamada mujer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario