miércoles, 15 de diciembre de 2010

Sandberry

Ginel vagaba por el desierto, durante tres días tuvo que sobrevivir apartado de su caravana, las cosas no mejoraban, la última tormenta de arena había sido tan violenta que su camello murió, él, gracias a su manta de viaje por azar o capricho divino logró mantenerse consciente.

Dos días más hicieron posada en su decrépito cuerpo, cuando por fin encontró un oasis –el primero fuera de los espejismos-  tomó agua y se recostó bajo un Sicomoro, entre sus sueños se vio a sí mismo, vagando por una tierra desconocida gobernada por un extraño olor en el aire, sin embargo, a pesar de desconocer el lugar, la paz era inevitable. Al abrir los ojos vio como entre unas hojas en el suelo una extraña fruta, de textura carnosa y color carmesí se ofrecía plena para saciar su sed.

Cada vez que se despertaba encontraba en el mismo lugar aquellos jugosos frutos, una noche decidido a averiguar el misterio, simuló estar dormido, cercano el alba, cuando el sol despunta entre las montañas y se refleja velozmente a través de las dunas, observó como una mujer de hermoso aspecto se disponía gentilmente a dejar aquellas místicas frutas, atónito vislumbró la radiante belleza de aquella dama.

Ella, al notar la consciencia de su visitante no se alteró, por lo contrario, comenzó a acompañarle, cada nuevo día borraba uno en su pasado, así, al empezar una nueva vida olvidaba la que llevaba, atrás quedó su historia como comerciante, su antigua familia, sus viejos amigos. Una noche de Luna plateada, cuando él acababa de entregarse en carne a su joven amante, vio como los rayos lunares golpeaban su piel, dejando al descubierto el aspecto de un demonio, asustado emprendió la huida, mas siempre regresaba a aquel oasis, el mismo oasis en el que conoció más víctimas, aquellas con las que formó un hogar, una familia de nómadas y proscritos, Los hombres de la arena, los hijos de Djinn, Los seres del fuego y los frutos prohibidos.

3 comentarios: