miércoles, 22 de diciembre de 2010

Revelación.

Siete noches de ayuno, siete días de oración. Al octavo amanecer su cuerpo manaba las esencias propias de la purificación, un alma antes errática no es ahora menos que un alma libre; lentamente caminaba por los verdes jardines del templo contemplando como la paz era despojo de la meditación, el dolor, las penas, angustias y miserias quedaron plasmadas en el recuerdo, como yacen los malos sueños o aquello que  nos es incierto.

Dejó su nombre atrás, tan lejos como las contradicciones, tan ajeno como la preocupación. Muy temprano empezó la jornada, encendió incienso para meditar, preparó su cuarto, arregló la huerta,  respiró lentamente hasta abrazar la noche; en ella, cuando el oscuro manto hace invisible las realidades, encendió una vela, como un conjuro aquella luz empezó a transformar la estancia dibujando mágicamente una ingrávida sonrisa.

Kerana –suspiró- Lentamente se levantó y abandonó el templo,  con un espíritu magnánimo caminó por la espesa noche hasta regresar a su hogar y así, hecho hombre, pudo por fin abrazar la epifanía llamada mujer.

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