viernes, 3 de diciembre de 2010

Resurgir.

Cada vez que mis ojos notaban la decrépita faz que se asomaba en el espejo, una mueca de dolor expresaba mi alma, creo que desde aquel aciago día en que su mirada se desvaneció por siempre, mi rostro no evitaba esbozar un paupérrimo semblante. No he de mentir, ha pasado más de un año y aún en sueños le invoco, creo que logro recordar su aliento e incluso juraría que soy feliz, pero se ha ido, ha muerto; marchitado está su encanto primaveral, enterrado su cuerpo, negado su deceso.

Taciturno vagué por iglesias y bares, buscando consuelo u olvido –lo mismo da, nada hallé-. Creí por momentos que, continuar con mi vida era la mejor forma de honrar la suya; pero, las alegrías dejaron de ser plenas, de ser si quiera amables, incluso se hicieron una fantasía vulgar y equívoca, nada mal, nada mal para un proscrito, para un ser paria que adoptó ese estado cuando lo más sublime se desvanecía entre gasolina y metal.

Recé, recé, a todos los dioses, a cada deidad, buscando una absolución, tal vez un favor, tal vez un milagro… …sin importar las penitencias, las ofrendas, ni el ayuno, su cuerpo no ha regresado a mí, su cabello no me cobija en las noches frías, su ser no ha retornado de entre los muertos. ¡No más! ¡No más he dicho! Sólo es cuestión de Iniciativa…

Dicho esto, empacó unos libros sobre galvanismo, tomó una pala, una linterna y antes de salir de su habitación rompió aquel insensato espejo.

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