domingo, 19 de diciembre de 2010

El monasterio

El torrencial aguacero los obligo a hacer una parada no acordada en el plan de viaje, su fiebre había subido por el frio y las fuertes ventiscas a una temperatura alarmante; su presencia entre las montañas fue apreciada tal cual milagro divino. Dejó los caballos atados hasta donde el camino los pudo llevar y de ahí a la puerta la llevo en sus brazos, él, acostumbrado a los trabajos pesados y a los malos tiempos estaba debilitado por la escasa comida, el frio penetrante y el largo viaje, ya no tenía la fortaleza de siempre, pero ahora sobre sus brazos se apoyaba el cuerpo de su amada moribunda, no debía mentirse y esa era su realidad.
Dentro del monumental portón de madera que emanaba un fuerte olor a incienso, siete monjes en sus hábitos le miraban estupefactos, tanto por el ver a aquellas personas llegar hasta ese lugar apartado de la civilización, como por el hecho de que fuera un famélico jovencito llevando en brazos a una joven de largos cabellos y piernas moradas por el frio. No dudaron en auxiliarlos.
Se la llevaron a ella a una recamara en el segundo piso del monasterio, donde la abrigaron envuelta en pieles y con la ayuda de un floreciente fuego, le dieron brebajes con diversas plantas y a los lados de la cama rezaron oraciones por ella. En una recamara al otro lado del pasillo descansaba el jovencito, como le habían llamado; no hace mucho a causa de su fornida figura y su serio semblante era confundido con un señor de edad media. Le habían ofrecido comida para darle algo de fuerzas, pero ni un bocado pudo obligarse a entrar, pues no tenía noticias de su amada.
A mitad de una oración, uno de los monjes más sabios dentro de la habitación tuvo una idea al observar la posición en la que se había acomodado la joven, quien aún temblaba de frio, a pesar de las pieles y del fuego crepitante. El calor de su amado era eso que le ayudaría a mejorarse, así que mando a llamar al joven y le pidió que se recostara junto a ella, quien casi de inmediato dejo de temblar. Él podía sentir como, gracias a los cuidados de tan amables personas ella recobraba la energía, y no dejaba de sonreír por lo grato de su compañía, juntos, en una amalgama de serenidad y alivio, pudieron descansar lo que no habían podido en días y el sueño los encontró juntos, como hacia un largo tiempo habían querido que fueran sus noches de ahí hasta que el camino los dejara caminar de la mano.

1 comentario: