sábado, 4 de diciembre de 2010

Santa y terrenal ilusión.

Alguien me dijo un día que,  si mi espíritu andariego no encontraba descanso, mas que un alma libre sólo sería un ser sin hogar… Hogar me repito hoy, he amado el mundo, he besado el néctar dulce de cada virginal encanto, así mismo, me he embriagado  entre mieles fermentadas de amores experimentados.

Vivido, caminado, explorado…

Me pregunto hoy cuando la fe parece marcharse de mí, ¿Alguien podrá amarme en las mañana frías? ¿Serán sus brazos aquello que los poetas llaman hogar? No tengo dios alguno al cual rezarle, no encuentro Padrino que me ayude a convencer  ni sabio que me instruya en el amor, en ese campo que, entre bendito y arcano, desespera a los hombre libres, a aquellos que juran haber vivido en libertad.

Es ella lo sé, la más señora de las mujeres, la razón para detener mi camino, mi pensamiento más tangible.

No tengo dios a quien rezarle, pero sé que, si mi religión es la libertad, su vientre es el templo donde eximiría mi pasado, donde construiría un hogar, donde crecer y soñar sería una realidad.

He dado mi constancia y pasión; sin perder la razón día a día he buscado su tacto, matando aquellas banalidades que me impiden profesar en su nombre mi sensata libertad, aunque sus ojos sólo me han abrazado dos veces, son las dos ocasiones en las cuales me he mofado de la creación divina, porque a su lado lo demás es cotidianidad.

No sé aún su nombre, ni siquiera sé si ha de llegar, solamente puedo afirmar que mientras me quede aliento alguno, ¡no me mentiré! Y si en su tacto encuentro libertad, entonces tengo un motivo por el cual luchar…

Prometió que llamaría –no sé si lo soñé-, ahora, sólo queda esperar, y si aquel llamado no llega, que las estrellas sean testigos de mi despertar, ya que las santas ilusiones no son inmunes al amar.

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